Unión Europea: un planteamiento institucional que insiste en no tener en cuenta los hechos históricos de Occidente
Incluso las masas deberían haberse dado ya cuenta del carácter artificial y falso de la Unión Europea, nacida para reencarnar la realidad de Europa, pero que parece ser todo menos Europa. La palabra «crisis», con la que se desearía resumir el malestar actual, seguramente ha sido usada y abusada, pero parece que es la más adecuada semánticamente, porque krisisdescribe el «momento que separa una manera de ser» de «otra distinta», tal como indica el célebre diccionario Ottorino Pianigiani. Y, efectivamente, Europa era una determinada cosa y ahora es otra totalmente distinta: nos viene a la mente una sustitución, una fractura, más que una transformación.
No tiene nada que ver el pesimismo, sino el realismo, cuando los análisis sobre el estado de nuestro continente tienen un sabor que se podría decir despiadado, como el ensayo de Gianfranco Battisti –profesor de Geografía económica y política de la Universidad de Trieste–, titulado: «Europa, muchas razones de una crisis histórica», que se pueden leer en el IX Informe del Observatorio Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina social de la Iglesia que acaba de ser publicado (Editorial Cantagalli, Siena 2017). Battisti describe Europa como un «continente a la deriva» o, según una expresión de G. Sangiuliano, como una «sociedad líquida, inodora, incolora, homologada al pensamiento único». Ciertamente, cuando se quiere describir un efecto histórico es preferible buscar las causas remotas (religiosas y culturales); sin embargo, Battisti sólo puede describir las causas recientes, las de naturaleza geopolítica, más cercanas a la especulación científica.
Un continente masificado y conformista
Unos pocos datos (entre muchos). ¿Tiene sentido dar vida al sueño europeísta de Adenauer o Degasperi imponiendo a los pueblos europeos un Parlamento «desprovisto de iniciativa legislativa»? ¿Tiene sentido la creación del Consejo de la Unión Europea que «negocia y adopta las leyes junto al Parlamento», pero «sin la obligación de respetar su parecer»? ¿Tiene sentido que la Comisión Europea (que tiene función de gobierno) sea el «único órgano que pueda proponer las leyes europeas»? ¿Tiene sentido que, en ausencia de leyes apropiadas, los casos sobre aborto, eutanasia y familia tengan que resolverse por vía judicial, recurriendo al Tribunal de Justicia y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos? Y, además, ¿tiene sentido un estado sin una moneda única y sin ejército propio, como es el caso de la Europa contemporánea?
Battisti no piensa que todo esto tenga sentido y llega a la conclusión que la Unión es «un “mastodonte” caótico, poco transparente y fundamentalmente desvinculado de la voluntad popular». Es un hecho que, después del Siglo de las Luces y después de las revoluciones que han caracterizado los últimos trescientos años, se difundió por toda Europa la manía de unificación a toda costa. Sin embargo, ya no es la unificación armoniosa de los grandes imperios austro-húngaro, alemán o ruso, que sabían conservar las diferencias nacionales. En su lugar lo que hay es una unificación confusa, mucho más cercana al concepto de masificación o uniformidad forzada, en la que es obligatorio –observa Battisti– «abolir las diferencias», como sucedió con el Piemonte del Risorgimento, que ocupó la península italiana manu militari, imponiendo «la política autoritaria y homogeneizadora de los Estados nacionales».
Europa tiene sentido cuando está unida en la Cruz
A pesar de que han transcurrido sesenta años desde el proceso de unificación –explica el autor–, los acontecimientos se han precipitado en los últimos treinta años, tal vez porque se ha querido crear una estructura institucional que nunca ha tenido en cuenta la historia de Occidente. Ni siquiera desde el punto de vista económico: debido a una vocación cosmopolita y colonial, las naciones del viejo continente pagan hoy «la deuda extraeuropea de las principales economías». Es verdad que fue instituido el Mercado Común Europeo (MEC) para el intercambio libre, pero para «ser verdaderamente común» –escribe Battisti– un mercado «debe reunir en su interior la mayor parte de los intercambios exteriores de sus socios». Esto no ha sucedido. Una cierta sensibilidad colonial ha desviado la economía europea hacia una política de exportaciones fuera del continente.
De error en error, las cumbres europeas han dejado que se crearan tensiones entre los estados miembros, y entre éstos y las realidades extraeuropeas, porque se han ignorado las diferencias culturales y la individualidad de cada país. Se ha querido crear un «puzle de naciones», unidas de manera burda «en teoría». Y, por esto, hay «en el origen de la UE una acumulación de problemas graves, imposibles de resolver a corto plazo».
Lo que unía, el horizonte común, existía desde la Edad Media, pero se ha querido ignorar: la Cruz. Ésta es la auténtica causa remota y la garantía de unión de pueblos y culturas distintos. También Battisti lo reconoce. Además, como recordaba Christopher Dawson, el cristianismo no se limitó a construir una cultura, sino que construyó una civilización. Perder de vista el elemento religioso ha significado perder la sustancia de nosotros mismos, desintegrando la capacidad metafísica de captar el Todo en las cosas. El resultado es el Occidente apagado que conocemos, desarraigado, eutanásico, que ya sólo representa su propio espectro.
Silvio Brachetta