El Concilio Vaticano II, es significativo todavía?

Madrigal, significado permanente del Concilio Vaticano II

Al leer éste artículo y percibir en el autor aún las expectativas en los 40 años de la clausura del Concilio Vaticano II acerca de que los documentos conciliares no han perdido actualidad me siento obligado a repensarlo a más de 50 años.

Se habla del redescubrimiento de la Iglesia y del rejuvenecimiento del cristianismo, así como también de la potencialidad vital del Concilio aún en la advertencia de J.M. Castillo de una realidad desconocida, olvidada, incomprendida; se lo piensa como un Concilio para el siglo XXI.

Es notable la referencia a Guitton con su distinción entre secreto y misterio. Y los deseos de un magisterio eminentemente pastoral de Juan XXIII. Que requiere un diálogo ad intra, un diálogo con los Iglesias separadas y con los hombres de buena voluntad.

En el corazón de estas expectativas Guitton sitúa dos temas específicos: el obispo y el laico. Desde una mirada interior y mística, un nuevo Pentecostés; lo invisible del Vaticano II, la eternidad presente en el tiempo.

Todo se afirma en las 16 columnas de San Pedro: el corpus doctrinal del Concilio, sus documentos. Invitando a una lectura esencial de los grandes textos conciliares.

Hay en el concilio más que acontecimientos espectaculares, “hechos germinales”, preñadas de futuro; ahí se refleja la colegialidad y la corresponsabilidad nacidas de la comprensión de la Iglesia como comunión, conciencia de la Iglesia posconciliar.

En primer lugar la afirmación de la importancia de la Escritura en la vida de la Iglesia y fundamento para la teología; superando la teología de encíclicas y su obligación kerigmática, la vinculación a la predicación y a hablar de Dios desde la pasión de la existencia humana con audacia misionera.

Segundo derribo de las viejas fronteras estamentales, entre laicos y sacerdotes, entre religiosos y no religiosos; siendo la comunidad cristiana, toda ella sacerdotal, presidida por su ministro, es el sujeto de la acción litúrgica. Que luego se refleja en la nueva teología del laicado.

  1. Rahner decía: tenemos que apropiarnos realmente de la idea fundamental del Vaticano II y hacerla realidad hasta en los repliegues más profundos de nuestro sentimiento por así decirlo, la idea de que la Iglesia somos todos nosotros.

Guitton también decía que cuando se da un paso al frente, hay quien cree que el avance ha sido tímido, y que nada ha cambiado; y otros consideran que se ha avanzado demasiado de prisa, y que todo ha resultado cambiado y cambiado en exceso.

Es real que el Vaticano II representa un aggiornamento querido por Juan XXIII, se evita una concepción aislacionista del primado gracias a la reflexión sobre el episcopado, el reconocimiento del puesto sustantivo del laicado derrumba una concepción piramidal de la Iglesia; el centramiento de la vida eclesial, de la espiritualidad y de la teología en torno a la Escritura, una eclesiología eucarística y de comunión; la Iglesia sentida como pueblo de Dios, intercomunicado, en dinámica histórica y consciente de su dimensión escatológica, de su provisionalidad, fragmentariedad y necesitado de renovación; la nueva valoración de las Iglesias locales, con honda repercusión ecuménica; el apostolado como exigencia de la propia vocación cristiana va ligado al sentido de servicio de la Iglesia a la dignidad de la persona humana.

Se advierte que el peor enemigo es una realización o aplicación cansina a la vida de la Iglesia de las directrices conciliares. El Concilio era solo un comienzo, todo depende de cómo se lleve a cabo esas indicaciones y cómo caigan en el corazón creyente y produzcan allí espíritu y vida. La renovación de la Iglesia no ocurre en el Concilio y a través de sus decretos, sino después.

….. y me vi obligado a reconocer que es un largo después.

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