P. Trigo, La Esperanza en América Latina

LA  ESPERANZA EN AMÉRICA LATINA (S.A.T. 2016)

SÍNTESIS: Desde los años 60 comenzó a hablarse de Nuestra América como el continente de la esperanza por los variadísimos frutos culturales, localmente arraigados pero gustados por personas de otras culturas. Esos frutos fueron expresión de una modernización en la que el pueblo llevó la voz cantante. Pero esa esperanza fue aplastada para que no se redistribuyera el poder. El cristianismo formó parte de esa eclosión y también fue reprimido incluso institucionalmente. ¿Sólo que

da la esperanza en Dios? Sí; pero ella tiene que ser correspondida. Hoy estamos poniendo los fundamentos de la esperanza; apostamos por la fecundidad histórica, no ante todo por el éxito. Pero para hacerlo es preciso renunciar a vivir de ilusión. Hay que desechar el binomio mesías-pueblo, tanto el estatismo marxista como el populismo criollo. Hoy en Nuestra América es cierto que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Presentamos cinco tareas en marcha que vehiculan nuestra esperanza.

 

EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA

Conforme avanzaban los años sesenta se comenzó a hablar de América Latina como el continente de la esperanza. ¿Qué se quería expresar con este apelativo? América Latina vivía por esos años un proceso acelerado de modernización que incluía la industrialización y los servicios a la altura del siglo XX, pero también la democratización, ya que hasta entonces habíamos vivido en una sociedad señorial, y, más profundamente, se aludía a una eclosión cultural de la que la punta de lanza fue la nueva novela latinoamericana, pero que incluyó también muy señaladamente la música popular y luego la de protesta, además del cine.

Lo que el mundo percibió es que una región que hasta entonces había vivido como eco de Europa, empezó a expresarse con fisonomía propia. Se percibió que por fin empezábamos a ser un Nuevo Mundo, no sólo a nivel geográfico, como se lo apellidó desde el principio, sino ahora desde el punto de vista humano y cultural[1]. Mucha gente se admiró y cobró esperanza del aporte que la región podía dar al mundo, del que esos frutos primeros, tan innovadores y a la vez tan aquilatados, eran expresión muy promisoria. Tomando la expresión que Hegel utiliza para toda América, al razonar por qué en sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal no trató de América, hasta entonces habíamos sido eco y ahora nos presentábamos con sustancia propia[2]. Lo que llamaba poderosamente la atención de esos productos culturales es que a la vez que estaban firmemente arraigados en el suelo y la historia latinoamericanos, no eran, sin embargo, localistas sino que podían ser disfrutados con provecho en las distintas culturas porque expresaban situadamente procesos medularmente humanos.

Lo más llamativo fue, ciertamente, la floración cultural, desde Jorge Luis Borges, César Vallejo y Pablo Neruda hasta Bryce Echenique, pasando por Rulfo, Onetti, Cortázar o García Márquez, y desde los Chachaleros, Los Fronterizos y los Cantores de la Huella, hasta el Gran Combo de Puerto Rico o Celia Cruz o Ismael Rivera o Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra o Mercedes Sosa.

Pero lo más hondo y decisivo que ocurrió por esos años fue el paso de una América Latina rural a otra urbana, paso motorizado por los campesinos que irrumpen en masa en las ciudades creando los barrios[3], buscando no sólo mejores condiciones de vida, sino buscándose a sí mismos y recreándose en el aprendizaje de oficios especializados, en la construcción de sus casas y de su hábitat y en la nueva convivialidad de los distintos que surge de estos encuentros[4].

Hay que decir que estas migraciones masivas dan lugar a una nueva América Latina, cosa que no había sucedido en la emancipación, que fue sólo de los españoles (o lusos) americanos respecto de los europeos para ser ellos los únicos señores, y por eso las repúblicas que surgen son todas repúblicas señoriales, ya que los únicos ciudadanos activos, es decir, que podían elegir y ser elegidos, eran ellos mismos.

Estas migraciones tienen la misma envergadura que las de los pueblos eslavos, sajones y germanos que dan lugar a Europa. La diferencia es que ellos fueron pueblos y éstos, plebes, como se decía en Roma. Y por eso no han tenido el reconocimiento debido y luchan aún por ese reconocimiento. Hay que decir que ellos han sido y son todavía lo más dinámico de la región[5] y por eso la fuente de nuestra esperanza; pero que desgraciadamente las élites, incluidas los políticos de izquierda, los gobiernos y en buena medida la institución eclesiástica, no han estado a su altura. Esto es muy difícil de reconocer, pero creemos que expresa nuestra realidad.

A nivel cristiano lo que causó esperanza fue, sin duda, el surgimiento en Medellín de la Iglesia latinoamericana como tal, con una aguda conciencia de sí, de la situación que debía afrontar y de lo que Dios pedía, y con una determinación deliberada de enrumbarse por esos caminos[6]. El surgimiento de las comunidades de base y más en general de la Iglesia de los pobres y de los solidarizados con ella y de la Teología de la Liberación serían los frutos maduros de esta caminada que se expresó en Puebla, a pesar de la curia vaticana y de sectores de la Iglesia latinoamericana casados con el orden establecido.

Este encuentro del cristianismo y, podemos decir, de la Iglesia, con los pueblos tuvo una indudable trascendencia. Hay que entenderlo como que mucha gente popular sacó del cristianismo, asumido personalmente, inspiración, fuerzas, rumbo y organización para esa movilización, que fue un viaje iniciático ya que conllevó una transformación personal y cultural profunda y con un sentido humanizador. Ellos fueron los sujetos principales; pero sin duda que el contacto con obispos, curas, religiosas y religiosos que se aliaron con ellos, que en parte se insertaron en sus hábitats y formaron cuerpo con ellos y el apoyo de sectores profesionales solidarios ayudó sobremanera a cualificar el proceso y dotarlo de articulación y consistencia.

Sin embargo, también habría que decir que un grupo minoritario de esos agentes pastorales y profesionales solidarios, a caballo entre la primera y la segunda Ilustración, desgajaron a elementos del pueblo de su cultura popular y del cristianismo vivido en ella y expresado en su cauces, y los volvieron militantes, a su imagen y semejanza. Lo hicieron porque como ilustrados mantuvieron con el pueblo una relación unidireccional y vertical, a pesar de su proclamado y en muchos casos probado entusiasmo por la causa popular. En estos casos se perdió la novedad y se repitió el esquema europeo, con todo su empuje “mesiánico” y con las unilateralidades que lo empobrecieron y endurecieron. Eso existió y no hay que ocultarlo[7]. Pero también hay que insistir, en honor a la verdad, que fue minoritario. Y, sin embargo, vacunó a gente de buena voluntad y a otros les sirvió de excusa para deslegitimar al conjunto.

Al coincidir este tiempo con un papa que había sido en su país adalid en la lucha contra el comunismo, no fue difícil convencerlo de que en Nuestra América (Martí) se estaba tratando de reeditar aquello contra lo que él había luchado como expresión primaria de su vivencia cristiana, y por eso los nombramientos de los que defendían la llamada sociedad occidental y cristiana y el hostigamiento de lo que oliera a Teología de la Liberación. De todos modos, sí acabó autorizando la colección Teología y Liberación, que puso bajo la vigilancia de la Comisión de Doctrina de la Conferencia Episcopal Brasilera, y declarando en carta a ese episcopado que la Teología de la Liberación era no sólo oportuna y conveniente sino necesaria y que constituía una nueva etapa de la reflexión teológica[8], lo que es mucho decir y para la mayoría sigue sin reconocerse. Pero, a la larga, los nombramientos, muchos de ellos, hay que decirlo sin rodeos, nefastos, sí supusieron un frenazo muy grande a esta caminada solidaria, más aún, fraterna, de la Iglesia y el pueblo.

 

UNA ESPERANZA APLASTADA

Ese empuje de los pueblos, con el aporte indispensable de los profesionales que echaron la suerte con ellos, fue tan grande que estaba llevando hacia una nueva correlación de fuerzas y reparto de poder. Fuera de pequeños círculos, sin capacidad decisoria, pero con capacidad mediática, no se pensaba en acabar con la empresa privada sino que se proponía exigirla que cumpla con su función social (que nada tiene que ver con la propaganda corporativa) y que se complemente con otras formas de propiedad mancomunada (las cooperativas y la cogestión) y con la propiedad estatal de los recursos básicos.

Conscientes de esa dirección histórica, que para ellos era vista como un peligro, gran parte de las élites locales, entre ellas la mayoría de las Fuerzas Armadas y la parte de la institución eclesiástica que había resistido a Medellín y que estaba siendo nombrada por la curia vaticana, que había comprado la patraña de que nos dirigíamos al comunismo y que el diablo había entrado a la Iglesia, resistieron a la historia imponiendo los regímenes de Seguridad Nacional o vaciando las democracias, reduciéndolas a lo meramente procedimental. De este modo se mató la esperanza de nuestros pueblos y la esperanza que la región representaba para los pueblos del mundo y más generalmente para los que buscaban una alternativa superadora.

Por esos años la sociología, la economía y los estudios políticos que surgían de América Latina hablaban de la teoría de la dependencia[9], en el sentido de que habíamos pasado del colonialismo al neocolonialismo. Era la mera verdad, ya que ese frenazo al proceso histórico de desarrollo integral, para usar los términos de Medellín (Int. 6) tomados de la Populorum Progressio (nos 20-21), fue posibilitado en buena medida por la intervención, solapada o descarada, en todo caso, decisiva, de los gobiernos de USA, como quedó patente conforme se iban desbloqueando los archivos de la CIA[10].

Esa dependencia no ha hecho sino agudizarse; pero ahora la voz cantante no la tiene la política sino la economía, “el imperialismo internacional del dinero”, que atisbó en fecha tan temprana Medellín”[11]. Es la dependencia de las corporaciones globalizadas y de los grandes financistas, cuya intervención más reciente y funesta es la minería que está acabando con acuíferos y envenenando cuencas y necrosando la selva[12].

Ahora bien, como perspicazmente lo vio ya Medellín en 1968, lo que posibilita esta dependencia es lo que ese documento, realmente profético, llama el “colonialismo interno”[13]. En efecto, la cúspide de las élites locales, con algunas excepciones, culturalmente es extraña al continente. Vive en la cultura occidental mundializada y por eso los grandes centros financieros y empresariales del continente son tan iguales unos a otros, que no se pueden distinguir; como tampoco se pueden distinguir los ejecutivos que transitan por ellos. Pero esta homogeneidad no los lleva a mirarse unos a otros y a converger en proyectos comunes sino a mirar todos ellos a USA, Europa y ahora cada vez más a China y la India. Estas élites que viven en Nuestra América en la cultura occidental mundializada y que no están mestizadas culturalmente son el principal obstáculo para que Nuestra América llegue a constituirse en mancomunidad de pueblos y de naciones y, por tanto, para que la esperanza se materialice en frutos cumplidos.

Tal vez el caso más claro de lo que estamos diciendo son las élites colombianas. Apoyan el proceso de paz porque ven en él la superación de un obstáculo inveterado para un despegue sin precedentes. Si aun con la guerra habían estado creciendo incesantemente, ahora, sin ningún enemigo a la vista, la expansión, piensan, puede ser espectacular. Sin embargo, no están dispuestos a pagar ningún precio por la paz porque no reconocen la realidad palmaria de que ellos son los que desataron la guerra desde los años cincuenta y que, por tanto, sin un reconocimiento de los derechos de los trabajadores y del pueblo, es decir, sin el advenimiento de una democracia real, en la que se reconozca estructuralmente a la mayoría, la paz no es más que violencia represada[14]. Lo mismo podemos decir de Perú, Chile, México, Brasil o Argentina.

 

PONER LA ESPERANZA EN DIOS. IMPLICACIONES

¿Tenemos que concluir entonces que sólo podemos hablar de esperanza en sentido estrictamente teológico porque en el orden histórico hoy no tenemos derecho a esperar realísticamente nada?[15] ¿Tenemos que concluir que si tenemos esperanza en el Dios de Jesucristo, nos capacitamos para mirar la realidad tal como es, sin necesitar hacernos ilusiones como los que no tienen esperanza? Vamos a encarar estas dos preguntas.

Ante todo sí es verdad que nosotros sostenemos que, para decirlo en un lenguaje convencional, la esperanza es una virtud teologal. Es decir, que sostenemos que la esperanza es un don gratuito de Dios, como la fe y la caridad. Ahora bien, el que la última fuente sea Dios, que eso es lo que significa que es una virtud teologal, no significa que nosotros no seamos sujetos de ella, sino que es garantía de que siempre manará.

En concreto la esperanza es un don incondicional otorgado en Jesús. En el Jordán, antes de ser bautizado por Juan, Jesús confesó los pecados en primera persona de plural porque se había hecho nuestro Hermano, dicho simbólicamente, porque nos llevaba realmente en su corazón. Pues bien, al subir del río vio que el cielo se rasgó. Vio, pues, que su Padre había aceptado su confesión. Ya Dios nos ha dicho que sí definitivamente. Por eso, como Jesús murió llevándonos en su corazón, en él estamos ya en el seno del Padre. Ésa es la fuente inconmovible de nuestra esperanza.

Ahora bien, la salvación tiene la forma de la alianza. Dios nos ha dicho que sí en Jesús: Jesús es el sí de Dios. Pero para la alianza entre Dios y nosotros no basta su sí; es indispensable el nuestro. Decirle que sí entraña vivir como hijos; no definirnos, pues, ni como meros individuos ni por ninguna pertenencia sociológica; y vivir como hermanos, sin excluir a nadie de nuestro corazón, ni a los extraños ni a los que oprimen y excluyen, y privilegiando a los pobres, que, como insiste el papa Francisco, son la carne de Cristo.

Esta manera de entender la salvación cristiana significa que la esperanza cristiana es una esperanza activa: se basa ciertamente en el sí de Dios, dado en Jesús, una base inconmovible, inamisible; pero entraña también nuestro sí, que equivale a vivir en todos los ámbitos como hijos y hermanos. Así pues, para el cristiano vivir de esperanza entraña actuar tan consistentemente las relaciones de hijo y hermano, que acabemos definiéndonos por ellas. Así pues el que en Nuestra América vive de esperanza no es el que, al confiar únicamente en Dios, se desentiende de todo lo demás, sino, por el contrario, el que, por ser hijo del Padre común, se dedica incansablemente a sembrar fraternidad sin excluir a nadie y a hacer de este mundo, en cuanto de él depende, el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios. Ahora bien, si trata de hacer un mundo fraterno, no puede hacerlo sino mancomunadamente.

 

EL QUE VIVE DE ESPERANZA NO VIVE DE ILUSIÓN

Es cierto, pues, que si tenemos esperanza no necesitamos aferrarnos a ilusiones. Si Dios es la vida de nuestra vida, no necesitamos forjarnos ilusiones para no derrumbarnos. Podemos ver la realidad de frente y somos llevados a verla como es, sin ilusiones ni derrotismos. No necesitamos caernos a mentiras afirmando que Nuestra América sigue siendo el continente de la esperanza, para no tener que confesar que hemos arado en el mar, como confesó Bolívar al acabar prematuramente sus días derrotado y consumido[16].

Permítanme decirles que desde hace bastantes décadas (desde los años 70) yo percibí que había abandonado el puerto del que salí y que bogaba en alta mar y que moriría no sólo sin llegar a ningún puerto sino sin avistarlo. Pero, añadía, esto no supone para mí ningún derrotismo porque considero que mi vida merece la pena por encontrarme, para decirlo con la frase de Mercedes Sosa, con “tantos hermanos que no los puedo contar” y comprobar que nos damos vida mutuamente y que, a pesar del viento en contra, avanzamos en varios aspectos y que yo he contribuido en alguito, y por eso, en medio del cansancio y del dolor, siento que mi vida va siendo fecunda. Había salido del establecimiento por considerarlo opresor y excluyente y por eso deshumanizador e infecundo y, al contrario de otros compañeros que soñaron que el socialismo estaba a la vuelta de la esquina y que él sería la solución, yo pensé que no lo iba a ver nunca y no veía tan claro que él fuera la solución, incluso el socialismo no estatista. Creía que teníamos que seguir denunciando sin tregua y lo he seguido haciendo; pero que lo esencial se jugaba en poner las bases para una alternativa mucho más a fondo. Y que, para eso no había que aferrarse a ilusiones sino ir a lo esencial[17], que para nosotros no consiste en una ideología ni en un determinado ordenamiento societal sino en unas determinadas relaciones y lo que va saliendo de ellas, aunque nunca las pueda expresar del todo.

Esto es muy importante, porque es cierto que no pocos militantes cristianos de toda la vida, incluidos no pocos presbíteros, como muchos otros militantes de izquierda, sí viven de ilusiones para no tener que confesarse a sí mismos que no han tenido éxito en la realización de lo que esperaban y por lo que lucharon. Y esta propensión vital, muy comprensible, es, sin embargo, muy peligrosa porque se aferra a quimeras, a reediciones de intentos fracasados, en vez de poner las bases de verdaderas alternativas.

Por eso sí hay que afirmar decididamente que una prueba de que vivimos de la relación con Dios, es que no necesitamos hacernos ilusiones porque confiamos que la última palabra la tiene Dios y es una palabra de vida filial y fraterna, y porque él nos promete que nada auténtico deja de tener fecundidad histórica, aunque no tenga éxito. Ésa y no ninguna otra, es nuestra esperanza. Con esa esperanza vivimos.

 

LOS OJOS DE LA FE ESPERANZADA

Pero si vivimos de esa esperanza y por eso no necesitamos engañarnos para mantener algo de congruencia y energía vital, también esa esperanza nos da ojos para ver toda la realidad, no sólo lo que tiene vigencia sino sus dinamismos latentes, y para secundarlos; y para ver también a las personas que viven con libertad liberada, que, como viven del Espíritu de Jesús, ni ofenden ni temen, y emplean sus energías en construir y entablar relaciones simbióticas y abiertas.

Desde esos ojos de la fe esperanzada ¿qué vemos hoy en Nuestra América? ¿Tenemos que concluir realísticamente que hoy por hoy no hay nada que hacer, que el horizonte está cerrado, que simplemente tenemos que resistir en este exilio[18] de la noche oscura de la injusticia[19] y la indiferencia[20] reinantes?

Hemos hablado de la junta de las corporaciones globalizadas y las élites que viven en la cultura occidental mundializada, extrañadas del continente, en el sentido preciso de ajenas a los conciudadanos de culturas indígenas, de cultura afrolatinoamericana, campesina, suburbana y criolla tradicional, en el sentido histórico, de españoles (o lusitanos) o más en general occidentales americanos. Ellos no se sienten conciudadanos con los demás. Viven en zonas exclusivas, que son iguales que las equivalentes del primer mundo, y lo tienen a él como punto de mira y grupo de referencia, y, en efecto, viajan a él incesantemente, no sólo por negocios sino, como si dijéramos, para estar en su querencia.

La mayoría de los gobiernos de la región apoyan a las corporaciones mundializadas y a las élites que se entienden como occidentales globalizadas, aunque ambos grupos de poder, a la vez que se sirven de ellos, los desprecian.

Eso es lo que tiene vigencia. ¿No hay más? Sí hay. Voy a poner el ejemplo de mi país, que tiene su equivalente en los demás.

 

LA BASE FIRME DE NUESTRA ESPERANZA

Venezuela es el país más violento del mundo[21] y la violencia es impune. Según la fiscalía el año pasado sólo fueron a tribunales el 8% de los delitos. Pero además el Estado mantiene directamente la impunidad al entregar el control de las cárceles a los presos, que desde ellas cometen impunemente los delitos; ha entregado también zonas enteras al hampa, declarándolas zonas de paz en las que no entra la policía y la gente está a merced de las bandas, cada día más organizadas; pero además los mismos cuerpos de seguridad cometen delitos de modo habitual y abiertamente. Para agravar la impresión realista de que la vida está en peligro, escasean terriblemente las medicinas y los alimentos más básicos. Para decirlo sin ningún rodeo y en su sentido más literal: el hambre mata.

Pues bien, en esta situación de indefensión integral, la inmensa mayoría de la población y singularmente la de los barrios, que es la más desvalida, no sólo no comete violencias ni tiene siquiera la tentación de la violencia sino que es capaz de vivir en la normalidad y en la polifonía de la vida. Aunque conseguir el alimento diario consume muchísimas horas y energías, no vive en trance, suspendidas las funciones mentales ordinarias y absorbida en eso único de lo que depende la vida. Son personas que, como tienen la libertad que da el Espíritu de Jesús, ni ofenden ni temen[22], y un porcentaje considerable de ellas no se aprovecha de la situación sino que mantiene la dignidad y las relaciones simbióticas.

Otro ejemplo. Lo que más impacto ha tenido en el cuerpo social en estos últimos años es la proletarización de la clase media asalariada y la pauperización de la clase popular asalariada. La causa es la desproporción abismal entre el exiguo aumento de los salarios y la inflación galopante, también la mayor del mundo. La consecuencia más evidente es que, revirtiendo la tendencia en los últimos setenta y cinco años, más de un millón de profesionales han emigrado y otros viven en mínimos vitales, entregados a la frustración y la rabia. Pero no pocos, siendo conscientes de que su servicio es más necesario, aunque las condiciones de su desempeño sean dificilísimas, dan lo mejor de sí y vencen al mal a fuerza de bien, y esa misma actitud la llevan a casa, a pesar de que falten elementos indispensables, y todavía tienen energías para reunirse en grupos para cualificar algún aspecto de la vida o de solidaridad.

Estas personas son muchísimo más humanas que si la situación fuera favorable. Ellas hacen verdad la afirmación de Pablo de que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia y son capaces de vencer al mal a fuerza de bien.

Si no vivimos como individualistas que buscamos salvarnos a nosotros mismos, si no estamos encerrados en alguna organización que funciona como una corporación mirando sólo su interés, si no pertenecemos al orden establecido ni vivimos aprovechándonos de él, ni vivimos en la hipnosis del fetiche: maldiciendo del gobierno que sacrifica la vida de las mayorías y la institucionalidad del país a su visión ideológica y a su permanencia en el poder, si, por el contrario, vemos la realidad con los ojos de la fe esperanzada, esas relaciones actuadas de hijos y hermanos nos capacitan para ver este tesoro escondido que es la gran riqueza, no sólo de Venezuela sino de toda Nuestra América porque se la encuentra en toda ella.

Pertenecer a ese colectivo tan variopinto y tan digno y contribuir a alimentar esa vida alternativa es la única base firme de esperanza. Si no partimos de ahí, todo lo demás será un edificio levantado sobre arena. Ésta es la madre de la esperanza, la única que puede parir en Nuestra América una realidad más humana y en alguna medida un ordenamiento social más justo; y en alguna medida ya lo está haciendo.

Desde ahí, desde esta humanidad tan densa, que no se vive con satisfacción sino con la conciencia de estar en una situación límite, y tratar en ella de ser fieles a lo mínimo, viene el establecer grupos horizontales y simbióticos, con tal de que sean abiertos, tanto tendentes a la vida buena como a la solidaridad y la salvaguarda de los derechos humanos. Existen, pero han de ser fomentados, de manera que conformen una masa crítica.

Sólo desde esas personas densas con libertad liberada y de esos grupos personalizados podrá sanearse la política y sólo desde la verdadera democracia[23] se podrán enderezar las relaciones entre el trabajo y el capital. Ése es el camino de la esperanza. Un camino que está recorriéndose en Nuestra América. Pero, para que no se malogre, es indispensable cerrar un camino que es una salida en falso. Es el mesianismo populista.

 

EL MESIANISO POPULISTA, UNA FALSA ESPERANZA TERCAMENTE ARRAIGADA

Para no herir susceptibilidades, vamos a poner nuevamente el caso de mi país. Chávez fue elegido para salir de un ciclo que había degenerado y se sobrevivía sin aportar nada al país. Y, en efecto, despertó mucha esperanza. Su interlocución directa y continua con el pueblo fue una verdadera novedad histórica que convenció a gran parte de él de que existían como sujetos dignos, incluso de que eran parte del poder. Hasta aquí no hay nada que objetar: fue un paso fundamentalmente positivo, incluso de envergadura histórica. Pero enseguida afloraron tres problemas gravísimos: el primero, que optó por un modelo, el socialismo de Estado de signo marxista, que había fracasado en todos los países donde se había implantado. Era, pues, un proyecto antihistórico. El segundo, que al gobernar únicamente con los incondicionales, no tuvo capacidad de gestión y las cosas no marchaban. Y el tercero, que tapó los dos precedentes, su capacidad, realmente monstruosa, de conducir masas en el sentido del liderazgo carismático que teorizó Weber. Lograba el contagio de masas: unimismarlas en torno a él, de manera que para los que compartían el encantamiento él era personalmente el pueblo de Venezuela y todos eran Chávez, y cada uno podía decir “yo soy Chávez”. Una parte considerable del pueblo vivía “encantado”, en el mismo sentido en que vivía don Quijote, luchando ardorosamente por causas quiméricas, fuera de la realidad. Hilando más fino, Chávez ponía el dedo en la llaga, señalaba males reales, como lo hacía don Quijote, pero el remedio que ponía era peor que la enfermedad. Y el pueblo, como había delegado su responsabilidad en su conductor (que además era militar como estructura humana y por eso creía que el Presidente tenía que gobernar de modo no deliberante), lo seguía ciegamente, perdida ya su condición de sujeto. Y así todo se hacía en el nombre del pueblo, pero el pueblo era sólo la fuerza de choque del gobierno y el coro que aplaudía lo que hacía su líder.

Y sin embargo, el encanto tuvo sus límites: el pueblo no lo apoyó cuando quiso reformar la constitución en sentido estatista, sustituyendo a los soviets por las comunas, no como poder de base sino como correa de trasmisión del gobierno. Esto puso al descubierto para los que no lo veían claro y no estaban encantados o querían salvar a toda costa su ilusión, el carácter antidemocrático de su conducción, porque, aunque perdió el referéndum, de todos modos implementó lo que había sido rechazado en las urnas.

Mientras el petróleo se mantuvo en máximos históricos, se podían paliar en alguna medida estas insuficiencias de fondo, porque el gobierno, que no capacitaba ni creaba fuentes de trabajo, daba directamente mucho dinero, incluso, en esas condiciones de bonanza se endeudó escandalosamente para seguir dando y, mucho más todavía robando. Pero al bajar el precio del barril, la falencia no pudo ser ocultada por más tiempo. Al desaparecer el líder, se evaporó el encanto, y de ahí la derrota en las elecciones de diciembre del año pasado, que tuvieron el mismo sentido de las que llevaron al poder a Chávez: salir de un ciclo infecundo.

¿Cuál es la enseñanza de este caso paradigmático, más allá de las variantes locales, que representa a muchos otros en Nuestra América? La ilusión de configurarse como un solo cuerpo hipostasiado y delegar la propia responsabilidad en un líder providencial y seguir sus dictados recibiendo constantes dádivas, en vez de asumir cada quien su condición de sujeto personal y capacitarse y lograr solvencia económica mediante el trabajo productivo y ejercer el carácter insuprimiblemente deliberativo que tiene que tener toda auténtica democracia, es un cortocircuito que se viene repitiendo desde el comienzo de la vida democrática, vaciándola.

La justificación del cortocircuito es el concepto mitizado de pueblo como realidad colectiva, que vehicularía las realidades personales, potenciándolas, aunque en realidad las suprime ya que el contagio de masas despersonaliza; pero el alto tono emocional con que se vive y se comparte obra como sucedáneo de la verdadera personalización y encubre su vacío. El correlato de este pueblo hipostasiado es el líder popular, en realidad populista y el ámbito sacralizado en que se inscriben es la patria[24].

 

JESÚS, MESÍAS ANTIMESIÁNICO, IMPIDE PONER LA ESPERANZA EN NINGÚN HOMBRE PROVIDENCIAL

Hay que decir sin ambages que, si somos cristianos, este pueblo no existe como realidad portadora de calidad humana, ni tampoco el líder como su contraparte, su representación, su encarnación. Y no existe porque Jesús no fue ese tipo de líder, más aún, porque rechazó serlo cuando se lo propusieron, y eso le costó la íntima soledad en medio de los apóstoles, que, si por una parte no podían separase de él, por otra no quisieron separarse de su propio proyecto mesiánico y aceptar el que encarnaba Jesús.

Jesús no imantaba a las masas; por el contrario, las personalizaba. Él no les daba consignas. Les daba que pensar. Les lanzaba sentencias tremendamente paradójicas y parábolas que desafiaban el sentido común, y nunca se las explicaba. Les daba que pensar. Ellos tenían que llegar a conclusiones. Siempre apelaba a su libertad: “si alguno quiere…”, “el que quiera…” Cuando ponía condiciones drásticas para ir en pos de sí, nunca tomó ninguna medida disciplinaria contra los que sabía que no las aceptaban. Siempre contaba con la libertad de cada uno y daba tiempo, y a nadie daba por perdido.

La prueba más contundente de que Jesús no fanatizaba a las masas es que en las fiestas cuando Jesús hablaba en el templo a miles de peregrinos, los romanos que observaban desde la torre Antonia nunca vieron en él un peligro; por el contrario, veían que la masa se desmasificaba, se personalizaba, se retiraba echándole cabeza a lo que había oído. Ellos, tan suspicaces, no vieron ningún peligro en el liderazgo de Jesús.

Cualquier liderazgo que imante, que unimisme, que lleve al contagio de masas, lo que implica siempre su despersonalización, no es aceptable ni menos aún deseable para un cristiano.

Éste es un aspecto de lo más indiscutible del modo como ejerce su magisterio Francisco: siempre habla lentamente, con voz uniforme y pausada y en tono reflexivo, dando que pensar. Francisco no masifica sino que personaliza a la multitud. Y sus gestos entre la multitud siempre tienen ese sello personalizador. Es lo más opuesto al líder mesiánico[25]. Por eso busca siempre relaciones mutuas, desde la frecuente y convincente confesión de su pecado, a su petición infaltable de que oren por él.

El cortocircuito de un líder que interprete a las masas, que ahorre los procesos lentos de personalización y deliberación, del método lento de ensayo y error y el desgaste de pedir y rendir cuentas ha sido una tentación pertinaz en la que se ha caído reiteradamente en Nuestra América y que, al presentarse como alternativa a situaciones de opresión y exclusión, retarda emprender el camino costosísimo, pero ineludible, de buscar alternativas realmente superadoras.

Lo más grave es que una cierta interpretación del cristianismo, entendiendo a Jesús como la sublimación de estos líderes, en quien se deposita la confianza incondicional y se siguen ciegamente sus dictados, ha ayudado a introyectar esta figura infantilizadora, incluso a sacralizarla. Tenemos por eso que insistir que Jesús no fue un mesías carismático en el sentido sociológico que hemos dicho, sino que por el contrario, fue un mesías antimesiánico[26]. El capítulo sexto de Juan presenta este proceso desmitificador con el resultado de que muchos discípulos, desencantados, lo abandonaron y él emplazó a los doce a que se fueran, si no aceptaban que él no era un mesías davídico y que no tenía nada más que dar que él mismo, su misma persona, su vida. Eso mismo lo teoriza Pablo al insistir que él nos enriqueció con su pobreza.

No podemos negar que desde los años sesenta cristianos progresistas o liberacionistas vienen usando el tema de la liberación que relata el Éxodo, no desde la interpretación de la primera tradición escrita, muy sobria, sino precisamente desde la de las tradiciones posteriores, basadas en un poder omnímodo espectacularizado, como el paradigma de la liberación que Dios quiere obrar en Nuestra América. Según esa interpretación Dios estaba con nosotros, el nuevo pueblo de Dios, para vencer al imperio de turno y a las élites locales colaboracionistas e instaurar lo que podía llamarse el reino de los santos de Dios. El correlato de esta liberación es el Moisés de turno.

Esta interpretación desconocía la Nueva Pascua de Jesús de Nazaret, el mesías definitivo de Dios[27]. En este paradigma evangélico Dios reina desde el madero. Jesús se consumó cuando moría consumido por la tortura. La resurrección no es el desquite de Dios sino que relanza la misión de Jesús, repitámoslo, Mesías antimesiánico.

No hay ningún caudillo por la gracia de Dios porque no hay ningún caudillo humanizador. Y sin embargo, así se ha tildado a hombres (o mujeres) pretendidamente providenciales que han salvado a sus países del comunismo o que han pretendido salvarlos de la miseria y la explotación. El cristiano consecuente no puede autorizar ni avalar a ningún mesías político. La política no es sagrada. Es meramente el terreno de lo útil. Sólo descargándola de esa aura numinosa puede llegar a ser realmente democrática y verdaderamente fecunda, aunque sólo si se mantiene siempre en el terreno de lo opinable, de lo que tiene que ser constantemente deliberado y discernido. Nunca se puede delegar en nadie la responsabilidad: la democracia es, como rezan nuestras constituciones, responsable: los que ejercen el gobierno tienen que responder ante los ciudadanos de sus actos administrativa e incluso penalmente, ante tribunales independientes.

 

TAREAS QUE VEHICULAN NUESTRA ESPERANZA

Desde lo que llevamos dicho las tareas que vehiculan nuestra esperanza son varias y componen un conjunto orgánico, aunque están jerarquizadas.

 

ayudar a adensar a la persona y a que libere su libertad

La base imprescindible de todo lo demás y por eso lo que más urge trabajar en uno mismo y fomentar en los demás es el adensamiento propio como ser humano. Ante todo asumirnos como individuos y tratar a los demás como tales. No podemos restringimos a nuestra condición de miembros de los conjuntos en los que estamos implicados. Cada uno es él irreductiblemente[28]. Esa soledad del individuo consigo mismo es un dato que siempre hay que tomar en cuenta. Nunca puede faltar la soledad y el silencio. Y sin embargo, la dirección dominante de esta figura histórica los desecha y muchas personas, configurados por ella, temen quedarse solos y no pueden estar en silencio. Hay que cultivar estas dimensiones.

Para los cristianos es un imperativo sagrado porque en esta soledad es donde debemos escuchar la voz insobornable de la conciencia, a través de la que habla el mismo Dios (GS 16). Los seres humanos no somos productos en serie sino provenimos de la relación personalizada de Dios, que nos conoce por nuestro nombre y nos hace ser ese ser único que somos. Por eso cada uno contribuye al conjunto a la medida del don recibido.

Esto hoy no va de suyo sino que es muy problemático porque muchos se ven a sí mismos solos y sin saber muy bien quiénes son, ni para dónde van, ni qué quieren. Por eso se ven inclinados a vivir experiencias sin ningún compromiso, sin que compongan ninguna secuencia, sin que haya ningún yo permanente que las viva o se hacen una imagen de sí que tape el problema de su falta de constitución real o se apegan a una persona o a una institución para vivir de ella y eludir el problema de la propia identidad. Por eso hay que hacerse cargo del problema y emprender y ayudar a emprender el arduo proceso de la verdadera constitución del individuo como ser humano cabal.

Ahora bien, ese individuo tiene que constituirse en un sujeto. No puede ser mero receptor de contenidos y pautas para que sea configurado por ellas. Tiene que ser sujeto de su vida y del mundo, en cuanto de él depende, y, por tanto, también ha de ser sujeto de su proceso de vida. No sólo sujeto agente, que es lo característico de la modernidad y que tenemos que retener y actuar consecuentemente, pero que es el aspecto que le es negado hoy a muchísima gente que son excluidos de un orden donde cada día hay menos plazas y más sobrantes. También sujeto como sensibilidad, como ser de necesidades, como ser vulnerable, pero también como carne abierta a los demás para expresarse y comunicarse y para unirse con los demás por la simpatía y la compasión. Constituirse como sujeto en este sentido radical de agente responsable y de respectivo con respectividad positiva es más delicado todavía y exige una decisión muy consciente y tercamente mantenida frente al establecimiento que nos exige atenernos a las reglas de juego establecidas, si queremos ser exitosos[29].

Pero, lo más decisivo es que este individuo que, desde su soledad irrenunciable, se asume como sujeto, entabla relaciones de fe[30] con otros seres humanos, basadas no sólo en lo que observa de los demás (relaciones de sujeto a objeto) sino en la autorrevelación de ellos (relaciones de sujeto a sujeto). Son estas relaciones las que nos constituyen en personas. El ser persona es lo más denso y decisivo para los seres humanos.

Cada uno es siempre persona en cuanto que Dios se relaciona personalmente con él; pero no lo acaba de ser si no se abre a esta relación y corresponde. Lo mismo cabe decir respecto de sus padres y otros adultos que se relacionan con él teniendo fe en él. En este sentido todos somos hijos de amor: han tenido fe en nosotros, nos han amado personalmente, antes que nosotros comenzáramos a amar. Por eso el amor es, ante todo, responsable: respuesta a quienes nos han amado primero e incondicionalmente. Por eso personalizarse es amar a los demás como Dios nos ama a cada uno.

Hoy, ambientalmente, se desconocen las relaciones personalizadoras. Cada quien, se dice, es meramente un individuo. Las relaciones las entabla cada quien para lo que él quiere y mientras lo siga queriendo. No son constituyentes. Ésta es la diferencia mayor respecto del orden establecido. Para nosotros el ser humano, partiendo de su incangeable dimensión individual, es un sujeto que se realiza en las relaciones horizontales, mutuas y simbióticas, que son, paradigmáticamente, de hijos y de hermanos, de hijos confiados y responsables y de hermanos que conviven no descargándose en los demás y ayudándose a llevar solidariamente las cargas. El ejercicio denodado de estas relaciones es el que nos constituye y adensa, el que nos da consistencia humana.

Si somos capaces de constituirnos en seres humanos así y, por tanto, de ayudar a que otros se constituyan del mismo modo, lograremos vivir con libertad liberada y esta libertad nos capacitará no sólo para no aprovecharnos de una situación de pecado sino para vivir alternativamente y, desde esta vida alternativa, crear comunidades, grupos, asociaciones e instituciones alternativas. Este punto tiene que constituir hoy el aporte principal del cristianismo a América Latina. Un aporte que no vendrá de ninguna otra fuente.

La consecuencia es que no nos podemos contentar con comunidades, grupos, organizaciones ni pueblo que no sean muy fuertemente personalizados. Esta dirección vital no implica ningún elitismo ya que no hay personalización sin relaciones horizontales y mutuas que no excluyan a nadie y privilegien al pueblo. Más específicamente la evangelización ha de ser altamente personalizada.

Hay esperanza porque hoy existen personas así y no como excepción sino formando con sus relaciones un tejido de fondo. Volviendo a tomar el ejemplo de mi país, choca a los europeos o estadounidenses que nos visitan que, en medio de tantas privaciones que parecerían exigir vivir en agonía perpetua, es decir, en una lucha que no ceja entre la vida y la muerte y no ceja porque, si no, la persona muere, sin embargo el tono ambiental no es agobiante: se puede ver con frecuencia a unos dirigiéndose a otros coloquialmente y echando broma, o a mamás o papás o a abuelas cargando cariñosamente con sus hijos o caminando de la mano tranquilamente con ellos o a jóvenes o adolescentes hablando animadamente, y en muchos trabajos el ambiente es distendido sin que eso implique menos dedicación. Y, sobre todo, que muchos viven esta lidia que no cesa en paz y plantándole cara airosamente.

Tenemos, pues, un capital de base; pero tenemos que seguir cultivándolo en nosotros y en otros con toda solicitud hasta que haya una masa crítica que no sólo resista a la deshumanización que induce el orden establecido, que es una situación de pecado, más que en tiempos de Medellín, que la calificó de este modo, sino que sea capaz de pergeñar una alternativa superadora y de encaminarse resueltamente hacia ella.

 

cultivar esmeradamente la polifonía de la vida sin dispersión, porque la relación filial y fraterna llevan la voz cantante

Tomando el título del libro de Libanio La vuelta a la gran disciplina[31], que él aplicó a la Iglesia de Juan Pablo II, pero que tiene indudables resonancias hegelianas, ya que Hegel lo aplicó al imperio romano, que con su rígida normativa, exigida despóticamente, significó la negación de la subjetividad feliz de Grecia, para preparar al sujeto a una síntesis superior que integrara la realidad, queremos expresar que hoy América Latina, sumida en la globalización apendicular, se debate entre ese horizonte de condiciones durísimas, impuestas por los empleadores y en definitiva por las corporaciones globalizadas y por los grandes inversionistas, y la búsqueda de un horizonte alternativo, que, para que lo sea en verdad, tiene que incluir, pero como autoexigencia, esa exigencia impuesta, aunque no ya sin sentido ni futuro.

Actualmente en las sociedades más modernizadas de nuestra región domina el paradigma de Babel: una sociedad fuertemente piramidal (la más desigual del planeta) en la que multitud de hormigas trabajan disciplinadamente en un horizonte de homogeneidad impuesta (la cultura de masas que las corporaciones fabrican para ellas y que se reduce a incansables variaciones de lo mismo) y unidimensionalizado, ya que todo se engloba en el círculo de producción-consumo. La gran disciplina se da en el trabajo y también en el consumo, ya que hay que someterse a las condiciones del empleador y abstenerse de casi todo para poder pagar en muchísimos años un apartamentico y comprar, tras muchos años, un minicarro y darse de vez en cuando algún respiro, o, para otros, para mantenerse en una mínima normalidad, aunque sea en el último escalón del establecimiento, pero con la satisfacción de que se está adentro.

Frente a este paradigma el cristianismo propone una cotidianidad en la que se cultive la polifonía de la vida, pero sin dispersión, de manera que la relación filial y fraterna lleve la voz cantante[32], con una gran autoexigencia que incluya los bienes civilizatorios y culturales del occidente mundializado, pero los bienes, no la basura. Vamos a explicarlo.

Si nos definimos por las relaciones de hijos y hermanos no podemos atenernos al circuito producción-consumo ni nuestra meta puede consistir en estar adentro y subir cuanto se pueda. Ante todo porque en este circuito no caben esas relaciones. Las relaciones que fundan este circuito son las relaciones mercantiles y la satisfacción de necesidades o, mejor, de apetencias. A esto se atienen los configurados por él. Si son cristianos, la filiación y fraternidad son cosa de tiempo libre. Esto lo tenemos que tener muy claro. Por ejemplo, si soy profesor de teología o decano de esa facultad y mi aspiración es subir en el ranking o que la facultad suba, lo que escribamos se reduce a la condición de medio y sea lo que sea de su exactitud formal, pierde su densidad real. Lo mismo podemos decir de cualquier otra realización profesional. Lo mismo que si aspiramos a ganar lo suficiente para vivir conforme a lo que creemos merece nuestro estatus e incluso a darnos algunos gustos.

Ahora bien, esto no equivale a no aceptar un empleo o no consumir nada. Significa vivir desde otra lógica. Por ejemplo, si soy profesor de teología cristiana, tengo que reservar un tiempo denso al contacto con pobres con espíritu, si creo que Dios les ha revelado los misterios del Reino, que les ha ocultado a los especialistas. Desde el interés medular en iniciarse en estos misterios (el reinado consiste precisamente en el ejercicio, en Jesús de Nazaret, de esas dos relaciones) en el seno de la Iglesia y encarnado en la situación, viene la selección de los temas y el modo de tratarlos. Ahora bien, si realmente me interesan, los trataré con la mayor asiduidad posible, de modo analítico, de manera que se perciba su realidad y su pertinencia. Si eso se aprecia en la academia, mejor que mejor; pero no puede hacerse en función de la academia. Más bien, habrá que hacer todo lo posible porque la academia acepte definirse por su condición de cristiana con todas sus consecuencias. Lo mismo podemos decir de cualquier otro trabajo. Habrá que elegir un trabajo compatible con esa condición fraterno-filial (siempre se puede encontrar alguno) y realizarlo desde esa lógica, lo que conlleva tratar de hacerlo con la mayor excelencia posible.

Lo mismo podemos decir respecto del consumo. Desde esas relaciones queda eliminada la compulsión a estar en la onda y a consumir como un modo de sentirse vivo y con relevancia. Más aún, tendencialmente no se necesitará nada, más allá de lo necesario para mantenerse vivo y saludable. Esto liberará energías para dedicarlas a otras dimensiones. Ya hemos hablado de la soledad y el silencio. Ahí aflorará nuestra verdad y podremos trabajarnos y hacernos más verdaderos. También se ejercitará la oración al Padre materno y la lectura discipular del evangelio y el discernimiento para seguir el impulso del Espíritu. Pero también habrá tiempo y energías para la convivialidad, para conversar y compartir; para contemplar la naturaleza y caminar por ella y por la ciudad; y para el deporte y el juego; y para la fiesta que celebra logros y efemérides y, más a fondo, la vida como don recibido, gustado y compartido. Y no faltará tampoco para participar en comunidades, grupos, organizaciones e instituciones que vehiculen algunos aspectos medulares de esa vida filial y fraterna.

Ahora bien, como la dirección dominante desconoce estas relaciones, es decir, como vamos a contracorriente y en el fondo trabajamos por construir otro orden donde habite la justicia y la interacción simbiótica y por eso quepamos todos mancomunadamente, el esfuerzo tiene que ser mucho mayor que si sólo aspiramos a subir o al menos a mantenernos en él. Por eso esa gran disciplina tiene que ser una dimensión autoimpuesta; pero no ya voluntarista ni, como lo contemplaba Hegel, negadora de nuestra subjetualidad sino que tiene que actuar por el contrario todos nuestros resortes desde lo más genuino que tenemos y somos y apoyándonos unos a otros. Esto ha de ser puesto de relieve sin ocultar la dificultad inmensa y por tanto la autoexigencia que entraña esa gran marcha personalizadora en la que estamos.

Esto es importante recalcarlo porque una nota común a todos los populismos, que son alternativas baratas y por eso no superadoras de este orden injusto, es la dejación de la responsabilidad, el facilismo, el entregarse al líder y la causa y esperar todo de ellos como por arte de magia.

¿Qué decir de este punto? ¿Cabe cobrar esperanza por lo que hemos conseguido en él? De entrada diremos que lo característico de la cultura del barrio es la convivialidad. Pero también hay que admitir que el triunfo de la sociedad de consumo ha deteriorado gravemente la capacidad de soledad y silencio y el cultivo de la polifonía de la vida. No pocos se matan a trabajar para consumir, con lo que desechan la primacía de las relaciones. Sin embargo sí existe una base mínima, que puede constituirse en matriz y embrión de una superación de esta unidimensionalización tan empobrecedora. Debemos empatar con ella y cultivarla nosotros y estimular a otros para que se animen a entrar por ese camino humanizador.

 

organizaciones autogestionadas e interconectadas de vida buena y solidaridad que cultiven la dimensión política, pero que no se politicen

El tercer aspecto que queremos tematizar es una especificación de lo dicho: desde el trabajo incesante por la personalización y el cultivo de la polifonía de la vida, con la autoexigencia que esto entraña hay que constituir una red de organizaciones de vida buena y solidaridad, organizaciones abiertas, no corporativizadas, es decir, que no busquen salvarse de la masa sino permearla no militantemente.

Esta dirección es la que se expresa en la enseñanza social de la Iglesia con el nombre de subsidiariedad. Es imprescindible insistir en ello porque una tendencia, hasta ahora irresistible, de las izquierdas es copar estas organizaciones desde el Estado con lo que se las priva de su subjetualidad y por tanto, a la vez de su creatividad y de su carácter crítico.

Vamos a poner un ejemplo que juzgamos muy significativo: la discusión que mantuvo Ellacuría con el Frente Farabundo Martí y que plasmó en un editorial de ECA, de diez y nueve páginas, nada menos, que considero paradigmático. La cuestión que se plantea es si “las masas debían constituir una organización propia las cuales no tenían por qué subordinarse a ninguna otra instancia política o militar y debían autogestionarse conforme a su propia naturaleza de tipo social más que política, o debían ser siempre algo subordinado a las vanguardias para quienes serían, según los casos, un ejército de reserva, la cobertura y el amparo que necesitaban o la fachada no clandestina que permitía formas de lucha complementarias”. La conclusión que llega es que “el principio fundamental de una estrategia de masas debe ser no sólo que éstas no sólo deben ser autónomas y deben constituir autónomamente sus propias organizaciones, sino que deben también decidir autónomamente su estrategia y sus tácticas así como sus alianzas”[33].

En Nicaragua cuando triunfó la revolución existían muchas organizaciones sandinistas que eran todas organizaciones de base. El gobierno las coaptó con lo que a la larga se diluyeron y por eso no pudieron ni llevar a cabo la revolución de modo no político ni ayudar con sus críticas y su presión a que la revolución no se desviara de su horizonte, ni la pudieron defender en discusión interna con la sociedad civil. Esta es una discusión, como se ve, trascendente.

Insistimos, pues, en dos aspectos: en que este tipo de organizaciones debe estimularse grandemente y que hay que luchar porque conserven su carácter deliberante y de base, y consiguientemente, que hay que negase a que se conviertan en el brazo de ningún gobierno, por muy de acuerdo que estemos con él. Porque si el gobierno las comanda pierden su fuerza propia y no pueden ayudar con su subjetualidad, que es lo más importante, al gobierno, que siempre tiende a absolutizarse y más si cree que sus objetivos son dignos.

No habrá posibilidad de superar la cautividad de los gobiernos respecto del gran capital ni, en el otro polo, de la tendencia a la estatización de los gobiernos de izquierda, si no existe una red tupida de estas organizaciones y no conservan su carácter deliberante y de base[34].

Así como creemos que sí existe una base de personas densas con libertad liberada que viven agónicamente, aunque paradójicamente en paz, la polifonía de la vida, aunque esa base no sea suficiente y tiene que incrementarse, no creemos que exista una masa crítica de esas organizaciones, aunque las que existen son realmente paradigmáticas y hacen ver la fecundidad de la propuesta y son, por tanto, fuente de esperanza[35].

 

reinventar las izquierdas

El cuarto tema que propongo es que hay que reinventar las izquierdas porque han fracasado y son necesarias, si por el camino en que vamos hemos llegado al grado más pavoroso de inequidad (según OXFAN, a nivel mundial el 1% tiene más dinero que el 99% restante) y América Latina es la región más desigual[36] y además ese establecimiento entraña una deshumanización escalofriante, de manera que, como no se cansa de repetir el papa Francisco, se usa a las personas y luego se las desecha.

Quienes queremos asumir nuestra responsabilidad de hermanos no podemos eludir el ejercicio denodado de nuestra dimensión política, si es que no tenemos vocación política que tenemos que ejercer como ocupación principal. No hace falta insistir en que si vivimos en una situación de pecado, ser políticos del estatus o apoyarlo es incompatible con la condición cristiana. Por eso tenemos que repensar las izquierdas porque no podemos embarcarnos en una reedición más de lo que ha fracasado[37].

Una primera convicción que no acaba de asumir la izquierda es que la política no puede vehicular la utopía cristiana. El reino de Dios, en contra de lo que creían los discípulos y lo que esperaban muchos, apoyados en textos del Antiguo Testamento, no viene como un orden justo e invencible. Viene como la semilla enterrada en la tierra, como la levadura en la masa. Se actúa desde dentro y desde abajo en estas relaciones filiales y fraternas que nos alcanzó Jesús y en su seguimiento, con el impulso de su Espíritu que las posibilita. Jesús es rey, pero se diferencia de cualquier político posible en que no incluye la coacción y sólo acepta seguidores voluntarios. Por tanto la política no es absoluta sino relativa: se aboca a mínimos de vida buena pactados entre los ciudadanos y sostenidos por la fuerza de la ley, que incluye la coacción para los que no la acepten. Esto es muchísimo, incluso indispensable. Pero los máximos de vida buena están a cargo de las personas y los grupos y asociaciones voluntarias. La política debe favorecerlos en cuanto ayuden a que los ciudadanos sean densos y solidarios, ya que ellos son imprescindibles para que se logren y mantengan esos mínimos y sin embargo la política no puede producirlos. Así pues la política de izquierda debe desabsolutizarse y apoyarse en las personas densas y solidarias y en las organizaciones de vida buena, como requisito indispensable para que no sea coaptada por el gran capital[38].

El otro punto que tampoco acaba de aceptar la izquierda es que no puede desechar al capital ni al mercado. Pero debe lograr que el capital cumpla su función social, que nada tiene que ver con la propaganda corporativa y que se ejerce con sus proveedores, sus empleados y sus clientes con los que tiene que entablar relaciones simbióticas, en vez de buscar ganar todo lo posible a costa de ellos. Y tiene que lograr combinar la propiedad privada como otras formas como la cooperativa y la cogestión, que contienen altísimas dosis de complejidad y autoexigencia sin las que son inviables, y conservar la propiedad estatal (no del gobierno ni a su servicio) de los bienes básicos: aguas, montes, subsuelo. Y tiene que conseguir realmente que el mercado sea libre y se descartelice y que se restrinja a lo transable.

Abocarse a estos puntos para refundar la izquierda exige superar muchos dogmas y prejuicios, muy tercamente arraigados. Este punto está más crudo que los anteriores y es imprescindible para que la esperanza encuentre caminos reales y no se dije deslumbrar por espejismos. Unos acaban resignándose a lo dado, arteramente presentado como fin de la historia, como el esquema apropiado por el que puede caminar airosamente la humanidad; y otros siguen aferrados a esquemas estatistas y populistas (una variante de estatismo, aunque solapada por su invocación constante al pueblo) que la historia ha probado que no conducen a nada.

 

contribuir al reconocimiento del carácter pluricultural de la región en un estado de justicia e interacción simbiótica[39]

El último punto lo formularemos interrogativamente: ¿Estamos entrando por fin en la tercera época de Nuestra América? ¿Cabe esperar que entremos en ella, aunque los ritmos de la región, ritmos largos, no quepan en nuestras cortas vidas? Si la primera época es la amerindia y la segunda la de los peninsulares, convertida por las migraciones, en de los europeos americanos, la tercera se caracteriza por el reconocimiento del carácter multiétnico y pluricultural en un estado de justicia e interacción simbiótica.

La tercera fase de la segunda época (después del predominio de los peninsulares y el de los occidentales americanos) se caracterizó por el reconocimiento hasta cierto punto del carácter multiétnico, ya que mestizos y mulatos llegaron al poder en todos los campos. Pero el requisito previo que se les exigió fue el de su occidentalización mediante la educación y la cultura de masas que eran occidentales y la pertenencia a instituciones económicas, políticas, sociales, religiosas o militares, que también seguían y siguen pautas occidentales. Lo que queda, pues, pendiente es el reconocimiento de las culturas no occidentales y las mestizas, aunque sea mucho decir que no hay racismo.

Para más claridad es bueno asentar que en Nuestra América hay seis culturas: las indígenas, la afrolatinoamericana, la campesina, la suburbana, la criolla tradicional (de los españoles y luso americanos) y la occidental mundializada (de los grandes empresarios y gerentes). Las cuatro primeras son subalternas y las dos últimas dominantes. La campesina y la suburbana son mestizas; las demás mestizadas, es decir, con su filiación propia, pero con muchos elementos incorporados de las otras culturas, menos la occidental mundializada, que no está mestizada. Todas son tradicionales, menos la suburbana y la occidental mundializada, que son contemporáneas.

Pues bien, por una parte el ascenso de gente de etnia no occidental tocó techo, ya que las plazas son cada día más limitadas. Pero, sobre todo, un número creciente de personas de otras etnias, empezando por los indígenas, sobre todo los andinos, están adquiriendo los bienes civilizatorios y parte de los bienes culturales del occidente mundializado, pero no ya para dejar de ser ellos sino para poder serlo con solvencia en este tiempo de mundialización. Los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Venezuela no se explican sin este empuje. No estoy diciendo que estos gobiernos expresan fielmente ese carácter pluricultural en estado de justicia e interacción simbiótica sino que lo proclaman hasta en sus constituciones y lo han intentado en una medida y con un éxito variables.

¿Qué decimos de esta dirección histórica? Ante todo que es querida por Dios, que la alienta su Espíritu y que, por eso, oponerse a ella, es oponerse a Dios. Soy consciente de que éstas son aseveraciones muy a desmano de la dirección dominante de esta figura histórica que, sin abandonar la contraposición civilización-barbarie, insiste en que la única dirección razonable y con futuro es la de sumarse a la globalización en su dirección hegemónica occidentalizadora. Dos libros paradigmáticos, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845) y Doña Bárbara (1929), fueron escritos por educadores insignes que llegaron a Presidentes y se siguen estudiando como literatura ejemplar. Todo lo que no sea modernización occidentalizadora, es atraso que debe ser eliminado. Y respecto del cristianismo, se diga lo que se diga de la religiosidad popular, la institución eclesiástica sigue siendo de cultura occidental y se ha negado sistemáticamente el acceso al presbiterado de los indígenas, y los campesinos o suburbanos que ingresan al seminario cuando se ordenan son ya de origen popular porque el seminario funciona sistemáticamente como un filtro occidentalizador porque la manera como se concibe al presbítero es una subcultura de la cultura occidental.

Hay sin duda cristianos que viven eximiamente el cristianismo en sus respectivas culturas populares, pero eso es mérito exclusivo suyo porque, a pesar de Puebla[40], no existe un proyecto consecuente de inculturación del cristianismo a esas culturas, que debía lógicamente coronarse con el reconocimiento de sus propios líderes como presbíteros y obispos. Por eso afirmar que quien resiste a la constitución de Nuestra América como una región multiétnica y pluricultural en estado de justicia e interacción simbiótica resiste a Dios entraña una crítica a fondo al empeño de la Iglesia católica, o más exactamente de su jerarquía, de seguir siendo latina, romana, occidental. Como es una crítica al proyecto de que nuestra región llegue a occidentalizarse íntegramente, de manera que las demás culturas sólo existan como folklore o como restos domésticos sin ninguna trascendencia.

Volvemos a plantearlo como pregunta: la integración simbiótica de las etnias y las culturas ¿es camino de esperanza o es una dirección antihistórica que no tiene porvenir? ¿Nuestra América será el crisol de lo que tiene que llegar a ser toda la humanidad según el plan de Dios (paradigma de Pentecostés, contrapuesto al paradigma de Babel) o está destinada a ser una provincia más del occidente?

Parece que actualmente sólo se contemplan dos posibilidades por parte del establecimiento occidentalizador: reconocimiento de la diferencia cultural y juntamente de la inferioridad del distinto o reconocimiento del de etnia no occidental en pie de igualdad porque se ha occidentalizado. Eso, en la mejor de las posibilidades. Por eso pregunto: ¿vemos como deseable y por tanto como motivo de esperanza la posibilidad, inédita, de la interacción simbiótica con los de otras culturas que no sean la occidental tradicional o la globalizada? Nuestra apuesta es que es deseable y que en esa dirección apunta el Espíritu de Jesús de Nazaret. Creo que por ahora es una apuesta minoritaria, pero como insiste el papa Francisco en la Laudato Si: “La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad (…) La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas”[41].

Nuestra esperanza en Nuestra América está ligada a que asumamos el paradigma de Pentecostés de manera que el único acontecimiento de Jesús se refracte en todas las culturas y así se lo pueda historizar sin empobrecerlo tanto. Ya que si entre todas las culturas no podemos llegar a agotar su riqueza, pretender encerrarlo en una sola lo empobrece hasta deformarlo irremisiblemente. Abrirse a esta esperanza supone no confundir cualidades y bienes civilizatorios con calidad humana. Ahora bien, si no absolutizamos la calidad humana, relativizando lo demás, no puede ser Jesús nuestro paradigma de humanidad. Que así sea.

Así sintetiza el politólogo mexicano Juan Luis Hernández el dilema insoslayable en que nos encontramos: “La segunda década del siglo XXI está siendo propicia para definir el rumbo de las próximas décadas. O más mercado o más polis. O más estado fallido o más estado de derecho. O más autoritarismos o más derechos humanos. O más territorios para los pueblos o más tierra para China y las trasnacionales. Nos jugamos los dilemas ahora. No dudemos. Es nuestro tiempo, es nuestra acción. Es nuestra praxis. Es nuestra esperanza movilizada en una sociedad más justa y fraterna”[42].

 

 

LA ESPERANZA EN AMÉRICA LATINA

EL CONTINENTE DE LA ESPERANZA

UNA ESPERANZA APLASTADA

PONER LA ESPERANZA EN DIOS. IMPLICACIONES

LOS OJOS DE LA FE ESPERANZADA

LA BASE FIRME DE NUESTRA ESPERANZA

EL MESIANISO POPULISTA, UNA FALSA ESPERANZA TERCAMENTE ARRAIGADA

JESÚS, MESÍAS ANTIMESIÁNICO, IMPIDE PONER LA ESPERANZA EN NINGÚN HOMBRE PROVIDENCIAL

TAREAS QUE VEHICULAN NUESTRA ESPERANZA

ayudar a adensar a la persona y a que libere su libertad

cultivar esmeradamente la polifonía de la vida sin dispersión, porque la relación filial y fraterna llevan la voz cantante

organizaciones autogestionadas e interconectadas de vida buena y solidaridad que cultiven la dimensión política, pero que no se politicen

reinventar las izquierdas

contribuir al reconocimiento del carácter pluricultural de la región en un estado de justicia e interacción simbiótica

 

 

[1] Tal vez fue Pablo VI el primero que percibió el núcleo de esta novedad en una fecha tan temprana como 1968, en una expresión tan acertada que la recoge la II Conferencia General del Episcopado celebrada en Medellín: “tomamos conciencia de la ‘vocación original’ de América Latina: ‘vocación a aunar en una síntesis nueva y genial, lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo  temporal, lo que otros nos entregaron y nuestra propia originalidad’ (Homilia en la ordenación de sacerdotes para América Latina, 3 de julio de 1966)” (Introducción n° 7). Tras él seguirían todos los papas, incluido el actual, salido de Nuestra América, como una esperanza realizada e inspiradora, sembradora de esperanza para los cristianos del mundo y para mucha gente de buena voluntad en todos los continentes y culturas.

[2] “Lo que acontece aquí no es más que el eco del viejo mundo y el reflejo de vida ajena” (Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1974,177). No estamos de acuerdo en que hasta entonces todo fue eco. Para poner algunos ejemplos indiscutibles, la vida y los escritos de Las Casas o la Nueva Coronica y buen gobierno de Huamán Poma o el Nican Mopohua, relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, o el proceso por el que fue concebida y llegó a su santuario la Virgen de Copacabana en la isla del Sol del lago Titicaca o los libros en defensa de la libertad de los negros de fray Francisco de Jaca y Epifanio de Moirans o las reducciones del Paraguay no fueron eco de nada sino creaciones ajustadísimas a sus situaciones como verdaderas alternativas desde lo más medular de las fuentes cristianas.

[3] Pueblos jóvenes se los llamó en el Perú de Velasco Alvarado, villas miseria en Argentina, favelas en Brasil

[4] Trigo, La cultura del barrio. Gumilla, Caracas,20164

[5] Matos Mar, el antropólogo peruano, es el testigo e investigador que con más persistencia y consecuencia ha percibido la envergadura histórica de este fenómeno y cómo el Estado y los demás sectores no han estado a su altura (Perú: Estado desbordado y sociedad nacional emergente. Universidad Ricardo Palma, Lima 2012)

[6] Así lo expresan taxativamente: “Esta asamblea fue invitada a ‘tomar decisiones y a establecer proyectos, solamente si estábamos dispuestos a ejecutarlos como compromiso personal nuestro, aun a costa de sacrificio’” (Int. 3)

[7] Ver, por ejemplo, Assmann et al., Cristianos por el socialismo. Exigencias de una opción. Ed. Tierra Nueva, Montevideo 1973; Richard, Cristianos por el socialismo. Historia y documentación. Sígueme, Salamanca 1976; Trigo, Cristianos por el Socialismo. SIC 368 (set-oct 1974) 351-358; Id, Espiritualidad conciliar. Puebla, Universidad Iberoamericana, 2003,100-101; Id Cristianismo y socialismo. ITER Humanitas 4 (2007)11-28

[8] “Estamos convencidos, Nosotros y Uds. de que la Teología de la Liberación. es no sólo oportuna sino útil y necesaria. Ella debe constituir una nueva etapa –en estrecha conexión con las anteriores- de aquella reflexión teológica iniciada con la Tradición apostólica y continuada con los grandes Padres y Doctores, con el Magisterio ordinario y extraordinario, y, en la época más reciente, con el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia, expresada en los documentos que van desde la Rerum Novarum  hasta la Laborens Exercens” (Vaticano 9 de abril de 1986, n°5)

[9] Ver, por ejemplo, Gutiérrez, Teología de la Liberación. CEP, Lima 1971,105-114; Theotonio dos Santos, La teoría de la dependencia. Balances y perspectivas. Plaza y Janés, Madrid 2002

[10] Por lo que toca a los gobiernos latinoamericanos, ver, por ejemplo, el libro de la operación Cóndor editado a los cuarenta años:http://www.cipdh.gov.ar/wp-content/uploads/2015/11/Operacion_Condor.pdf

[11] Paz 9 e)

[12] Tal vez lo más reciente y de lo más letal para la tierra y para los indígenas sea el Arco Minero del Orinoco (SIC 785 (jun 2016) dossier 211-222)

[13] Paz, n° 2-7

[14] El jesuita Francisco de Roux, que jugó un papel muy activo en las conversaciones de paz de La Habana, economista y organizador de zonas de paz alternativas al desarrollismo que echa a los campesinos, explica clarividentemente este punto en carta abierta a los empresarios en su columna en El Tiempo 15/nov/2015. Ver enlace: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/empresarios-y-paz-francisco-de-roux-columna-el-tiempo/16427952

[15] A nivel mundial, no hablando de América Latina, ésta es la pregunta que se hace el papa Francisco, retomando la pregunta que le hace una joven. No decimos que ésta es la última palabra del papa, pero sí que es muy significativa de lo en serio que se toma la dureza de la realidad, aunque no se resigne a ella sino que trate por todos los medios de poner alternativas válidas y sobre todo bases firmes para una alternativa: “A los jóvenes me gusta decirles: «No os dejéis robar la esperanza». Pero tu pregunta va más allá: «Pero, ¿de qué esperanza me habla, padre?». Algunos pueden pensar que la esperanza es tener una vida cómoda, una vida tranquila, alcanzar algo… Es una esperanza controlada, una esperanza que puede ir bien en el laboratorio. Pero si estás en la vida y trabajas en la vida, con tantos problemas, con tanto escepticismo que te depara la vida, con tantos fracasos, «¿de qué esperanza me habla, padre?». Sí, puedo decirte: «Pero todos iremos al cielo». Sí, es verdad. El Señor es bueno. Pero yo quiero un mundo mejor, y soy frágil, y no veo cómo se puede hacer esto. Quiero «comprometerme», por ejemplo, en el trabajo de la política, o de la medicina… Pero algunas veces encuentro corrupción allí, y trabajos que son para servir, se convierten en negocios. Quiero «comprometerme» en la Iglesia, y también allí el diablo siembra corrupción y muchas veces hay… Recuerdo aquel vía crucis del Papa Benedicto XVI, cuando nos invitó a limpiar la suciedad de la Iglesia… También en la Iglesia hay corrupción. Siempre hay algo que defrauda la esperanza, y así no puede ser… Pero la esperanza verdadera es un don de Dios, es un regalo, y no defrauda jamás. Pero, ¿cómo se hace, cómo se hace para comprender que Dios no nos abandona, que Dios está con nosotros, que está en camino con nosotros? (…) Solamente de una cosa estoy seguro —estoy seguro, pero no siempre lo siento, pero estoy seguro—: Dios camina con su pueblo. Dios jamás abandona a su pueblo. Él es el pastor de su pueblo. Pero cuando cometo un pecado, cuando cometo un error, cuando cometo una injusticia, cuando veo tantas cosas, me pregunto: «Señor, ¿dónde estás? ¿dónde estás?». Hoy, muchos inocentes mueren: ¿dónde estás, Señor? ¿Es posible hacer algo? La esperanza es una de las virtudes más difíciles de comprender (…) La tentación, cuando nos encontramos en dificultades, cuando vemos las brutalidades que suceden en el mundo, la esperanza parece desvanecerse. Pero en el corazón humilde permanece. Es difícil comprender esto, porque tu pregunta es muy profunda. (…) Creo que este puede ser el camino. Te digo con sinceridad: no se me ocurre decirte otra cosa. Humildad y servicio: estas dos cosas custodian la pequeña esperanza, la virtud más humilde, pero la que te da la vida” (Diálogo espontáneo del Papa con los representantes italianos de las comunidades de vida cristiana, 30 de abril de 2015).

 

[16] Cita mencionada luego de que la Gran Colombia se dividió y dejó de existir.

[17] Trigo, La urgencia de lo esencial. RLT 96 (set-dic 2015) 323-340

[18] De la teología del exilio como una expresión situada de la teología de la liberación escribió Leonardo Boff: Teología del cautiverio y de la Liberación. Madrid, Paulinas, 1978 (primera edición 1975)

[19] Gutiérrez, Beber en su propio pozo. CEP, Lima 1983,192-195

[20] El papa Francisco insiste en la “globalización de la indiferencia que nace del egoísmo” (Discurso al Consejo de Europa, Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014); incluso hablando a los miembros de la curia se refiere a “La enfermedad de la indiferencia hacia los demás” (22/12/2014); y nos pide “reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana experimentó la indiferencia y la soledad a la que a menudo condenamos a los más pobres, tanto en los países en vías de desarrollo como en las sociedades del bienestar” (A los participantes en la conferencia organizada por la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas 20 de septiembre de 2013); por eso nos avisa: “es necesario saber entrar en la niebla de la indiferencia sin perderse; es necesario bajar también a la noche más oscura sin verse dominados por la oscuridad y perderse; es necesario escuchar las ilusiones de muchos, sin dejarse seducir; es necesario acoger las desilusiones, sin caer en la amargura; palpar la desintegración ajena, sin dejarse disolver o descomponer en la propia identidad” (Id).

[21] Según el informe de 2015 del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), hubo 90 homicidios por cada 100.000 habitantes (en un país de 30 millones de personas) para una cifra récord de 27.875 muertes violentas, una media de aproximadamente 76 homicidios por cada día del año.

[22] “Con libertad ni ofendo ni temo.” Esta divisa de Artigas es para nosotros la mejor formulación de la libertad que da el Espíritu

[23] El encuentro Brasileño de los Movimientos Populares en Diálogo con el Papa Francisco reunidos en Mariana, Minas Gerais (2016), dicen en su carta: “En Brasil, la democracia siempre fue el resultado de la organización y de la lucha del pueblo. Una vez más es preciso fortalecer la alianza de las clases populares. Más aún, estamos desafiando a construir un nuevo proyecto para el país. Proyecto que además de garantizar tierra, techo y trabajo para todos y todas, con justicia social, esté en sintonía con la Madre Tierra”

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[24] Trigo, Discernimiento teológico de la idea de patria. ITER 54 (2011) 11-59

[25] En una medida apreciable sí lo fue Juan Pablo II; por eso gente que lo escuchaba con fervor y adhesión incondicional muchas veces no era capaz de recordar nada de lo que dijo.

[26] Trigo, Los discernimientos de Jesús, matriz de todo discernimiento cristiano. ITER 63 (en-abr 2014) 86-88

[27] Este discernimiento de la reinterpretación cristiana del Éxodo desde la pascua de Jesús lo realizamos en un folleto para un Curso Latinoamericano de Cristianismo que editamos en el Gumilla: El Éxodo, Caracas 1974, 32 pgs.

[28] Frente a Hegel, Kierkegaard insistió terca y convincentemente en ese aspecto de lo irreductible y sagrado de la existencia.

[29] Trigo, Dar y ganar la vida/ La condición del sujeto desde la perspectiva cristiana. Mensajero, Bilbao 2005

[30] Trigo, Relaciones humanizadoras. Centro Teológico Manuel Larraín, Santiago de Chile 3013,19-47

[31] Eds. Paulinas, Buenos Aires 1986

[32] El cantus firmus del que hablaba Bonhoeffer en sus cartas desde la cárcel: “Todo gran amor entraña el peligro de hacernos perder de vista lo que yo llamaría la polifonía de la vida. Quiero decir lo siguiente: Dios y su eternidad quieren ser amados de todo corazón, pero no de modo que el amor terrenal quede mermado o debilitado: el amor a Dios debe ser en cierto sentido el cantus firmus hacia el cual las demás voces de la vida se elevan como contrapuntos” (20 de mayo de 1944)

[33] La cuestión de las masas. ECA 465 (julio 1987) 421.427

[34] Dice el teólogo mexicano José Sánchez: “Es muy importante que haya quien ayude a las organizaciones promocionales a dar el paso a la concientización política. No se trata tanto de un poder de gobierno, sino de la toma de conciencia de que la sociedad civil es la promotora de un nuevo orden social y del control de los que ocupan puestos de responsabilidad pública. Cuando las organizaciones sociales, no tienen una dimensión política ciudadana, quedan muy débiles y pronto pueden disolverse o ser cooptadas por partidos políticos. Es aquí donde las Cebs. tienen que hacer un gran esfuerzo, porque la situación de apatía social y política hace que sus miembros poco participen en el campo social y político. Este es un gran desafío” (El aporte de las cebs en el continente para la renovación eclesial. IV Encuentro Latinoamericano de Obispos Responsables de las CEBs y el Equipo de Articulación Continental CEBs, 3 a 6 de mayo de 2016)

[35] Sin embargo el mexicano Juan Luis Hernández, politólogo y educador, sostiene que “puede advertirse hoy que la sociedad latinoamericana a través de una multitud de intermediaciones sociopolíticas están presionando más a sus élites gobernantes y eso no deja de ser una de las mejores noticias de las últimas décadas”. Éste es su balance final: “No obstante, el proceso histórico se mueve. Hoy no hay partidos y gobiernos que estén tranquilos. Sus sociedades les hostigan su corrupción y su gobierno para los grupos fácticos. Los pueblos se organizan y resisten mejor gracias a la globalización de la solidaridad y las resistencias articuladas. Cohabitamos el individualismo egoísta con el individualismo responsable, el sentido comunitario y el consumismo voraz. El trigo y la cizaña juntos” (Procesos culturales, políticos, económicos y ecológicos continentales en el contexto de un modelo civilizatorio mundial. II Congreso continental de teología, Belo Horizonte 26 a 30 oct. 2015,24)

[36] Hernández, La desigualdad, la marca de la casa en América Latina (En oc 3-5)

[37] “El desgaste en el ejercicio de poder está debilitando la legitimidad de buena parte de los gobiernos de izquierda que están siendo desafiados por partidos conservadores que amenazan con regresar al poder. Las sociedades civiles son cada vez más exigentes de los gobiernos izquierdistas y en varios países su demagogia populista acompañada de autoritarismo está preparando el terreno para la vuelta de la derecha” (Hernández, oc 24)

[38] Trigo, La realización de la soberanía de Dios como reinado, fundamento cristiano de la secularidad en el espacio público. ITER Humanitas 25 (2016) en prensa

[39] Trigo, Relaciones humanizadoras. Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile 2013,283-321

[40] Que proclama de “la religiosidad popular, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (n° 450)

[41] Nos 144.145

[42] Oc 25

 

CONTRIBUCIÓN DE P. TRIGO JORNADAS S.A.T. Salta 2016

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