Síntesis introductiva
MIGRACIONES IMPUESTAS, TOLERADAS, PLANIFICADAS
Stefano Fontana[1]
Los grandes fenómenos migratorios de nuestra época están ante nuestros ojos, pero seguimos teniendo la sensación de que no sabemos explicarlos hasta el fondo. Conocemos los datos, pero son pocos los meticulosos expertos que hacen el esfuerzo de compararlos y explicarlos adecuadamente. Los medios de comunicación, al contrario, los tratan de manera superficial y emotiva. No obstante, los datos por sí solos no son suficientes para explicar este gran fenómeno, destinado a cambiar desde la raíz el orden mundial e interno de nuestras sociedades occidentales. La sensación difundida es que “detrás” hay algo más y que lo que se presenta como un fenómeno repentino y espontáneo esconde, en cambio, una organización, incluso una planificación.
Las motivaciones económicas existen e influyen en este fenómeno, pero no lo explican completamente. Desde el punto de vista económico hay aún muchos cosas poco claras. Los inmigrantes clandestinos que provienen, por ejemplo, de Senegal o Ghana, es decir, de países en los que no hay conflictos y que tienen una discreta perspectiva de crecimiento económico en el futuro, llegan a países como Italia en el que, por un lado, el PIB per cápita ha descendido desde el año 2001 y, por el otro, hay un alto nivel de desempleo. Los motivos económicos no explican, por lo tanto, este tipo de migración. No explican tampoco las supuestas razones económicas de la acogida. El coste de acogida por cada inmigrante es superior al beneficio económico que éste puede dar al país que lo acoge. No es verdad el tópico según el cual los inmigrantes garantizan el pago de las pensiones de un país, por ejemplo, como Italia en el que la franja de la población activa es cada vez menor respecto a la que está jubilada. Los inmigrantes no reemplazan las cunas vacías, un inmigrante no sustituye un niño que no ha nacido. Desde el punto de vista de las pensiones, el inmigrante contribuye en la seguridad social sólo con la cuota, minoritaria, que asume regularmente; en cambio los gastos de acogida corroen, desde el inicio, el posible beneficio futuro. No es tampoco verdad que a Europa llegan sólo los pobres que en sus países de origen se morirían de hambre. Es verdad que existen también estos casos, pero los datos demuestran que a menudo los que llegan son individuos con una situación bastante buena que desean mejorar ulteriormente su situación, y no sólo sobrevivir. Las tarifas de los traficantes de personas no son accesibles para todos.
Las explicaciones sociológicas de conveniencia, como por ejemplo, que los migrantes huyen de países empobrecidos a causa de la explotación de Occidente, que los ha colonizado durante mucho tiempo política y económicamente, no se sostienen. Es evidente, de hecho, que las dificultades en el desarrollo de algunos países, como por ejemplo puede ser el caso de los africanos, siguen siendo endógenas y se llaman corrupción, tribalismo, supersticiones ancestrales. Las interpretaciones pauperistas y tercermundistas no sirven para explicar el éxodo actual.
Junto a las causas económicas y sociales existen las causas políticas o, mejor, geopolíticas. En realidad, los prófugos que huyen de estas situaciones y que obtienen asilo en el país de acogida son pocos, dado que la gran masa de inmigrantes está constituida, en su mayor parte, por personas en situación irregular. Se sabe que es la situación política y, por ende, el peligro de muerte y de posible persecución lo que hace que la gente huya de países como Siria e Iraq, Eritrea o Nigeria. Desde este punto de vista es necesario señalar la responsabilidad politica de las principales potencias. Es difícil negar que la desestabilización del norte de África, y de Libia en particular, el desorden que se ha creado en Iraq o el nacimiento del sanguinario califato del Isis entre Siria e Iraq, esconden una grave responsabilidad por parte de las potencias, sobre todo occidentales. Las migraciones desde estos lugares se consideran migraciones forzadas vista la situación que se ha creado y, tal vez, incluso planificado. ¿Cómo no considerar la extinción del cristianismo en Oriente Medio desde este punto de vista? Tampoco se puede permanecer silencioso viendo la actitud desidiosa que tiene la politica internacional ante las atrocidades perpetradas en Eritrea y en Nigeria.
A medida que nos adentramos en el problema de las impactantes migraciones del siglo XXI nos damos cuenta de que no se trata de fenómenos espontáneos, resultado de situaciones objetivas que se han creado por causa de fuerza mayor, sino que son algo buscado, incluso impuesto.
Volvamos a las causas antropológicas de la emigración, como por ejemplo, la disminución de la natalidad en las sociedades occidentales que, sea por motivos laborales o por motivos de reemplazo generacional con el fin de evitar un saldo demográfico persistentemente negativo, se prevé que sea compensada por los nuevos llegados que, entre otras cosas, son como media más prolíficos de lo que somos nosotros. Sin embargo, esta situación de un vacío que debe ser llenado no ha nacido espontáneamente, sino que ha sido planificado y deseado. Durante decenios los organismos y agencias internacionales, los gobiernos y las grandes fundaciones estadounidenses se han esforzado en desincentivar la familia y la natalidad, promoviendo el aborto y los anticonceptivos, y valorizando estilos de vida individualistas y estériles. Se trata de fenómenos que nuestros informes precedentes han documentado con todo detalle, empezando por la transformación de la concepción de la mujer, la promoción forzada y sistemática de la ideología de género, los proyectos de transhumanismo financiados a nivel mundial[2]. Por lo tanto, si alguien sostiene que las migraciones tienen como causa la necesidad de colmar la brecha demográfica de Occidente, es necesario difundir el hecho de que esta brecha demográfica ha sido planificada con el fin, quizá, de producir artificialmente una “necesidad” de migraciones.
Los fenómenos migratorios están estructurados y organizados. Hay una red de delincuencia y de ilegalidad que los gestiona a nivel internacional; incluso hay tarifas según los distintos destinos a los que se quiere llegar. Esto, naturalmente, no elimina el riesgo y no evita que los migrantes estén obligados a afrontar viajes inhumanos; todo esto está, más bien, agravado por la crueldad de las organizaciones de tráfico clandestino. Sin embargo, se insiste en la posibilidad de llevar a cabo una común acción policial contra estas organizaciones, acción que hasta ahora ni siquiera se ha intentado. La existencia de estas organizaciones, su total impunidad al estar fuera de cualquier control político, demuestra que las migraciones son un fenómeno planificado, originado ciertamente por necesidades reales, pero no casuales.
Los inmigrantes, cuando llegan a los países que los acogen, están en su mayoría en una situación de ilegalidad. Los prófugos y los solicitantes de asilo son una neta minoría. El flujo de los ilegales es tan fuerte que es casi imposible contenerlo. Ellos mismos a menudo se escapan de los centros de primera acogida si su meta no es el país al que han llegado primero. Los tiempos para examinar sus estatus son muy largos y costosos. Está surgiendo la idea compartida de que también quien se expatría simplemente para tener una vida mejor que en su patria, es decir, que no es prófugo o solicitante de asilo, tenga derecho a la asistencia humanitaria, la acogida y la integración. Sin embargo, si la categoría de ilegal es aplicable a un número indefinido de personas, toda limitación de cupo, toda comprobación o selección a la entrada es imposible. Si un país elimina la categoría de migrante ilegal se convierte en meta de una migración de proporciones incalculables. Se convierte, por decirlo en otros términos, en víctima y no en actor. El principio pone en peligro el concepto de bien común e impide a las autoridades políticas el perseguirlo. Esto no puede ser aceptado.
Además de la fase de acogida, está el problema de la integración. Respecto a este punto, las situaciones y puntos de vista de los países occidentales de inmigración son muy diferentes entre ellos. El sistema alemán funciona bastante bien; el italiano es prácticamente inexistente. Falta, sobre todo, una idea compartida de integración. ¿Qué significa esta palabra? La solución multiculturalista ha fracasado, pero no ha sido sustituida por otra. Aquí se ve la principal deficiencia de los países occidentales. La solución multiculturalista consistía en acoger grupos homogéneos de inmigrantes por cultura y religión, permitiendo que continuaran en los países de acogida con sus formas de integración social en grupos cerrados. Hay quien había hablado de “balcanización”. En los estados europeos hay numerosos enclaves autónomos y con vida propia. Por otra parte, los inmigrantes de hoy se relacionan con sus países de origen a través de internet, Skype y los móviles, y tienen más hijos que las familias de los países de acogida: esto dificulta mucho el proceso de integración, pues ellos pueden seguir siendo lo que son, intentando tal vez aprovecharse de las ventajas del estado social occidental. Esto ha llevado a que muchos observadores consideren que la integración es imposible.
Uno de los motivos que dificultan o imposibilitan la integración es el vacío cultural de los países occidentales de acogida. Su falta de identidad, desmoronada bajo la presión del laicismo y del individualismo nihilista, hace que no tengan nada que oponer y proponer a los recién llegados. En el pluralismo exasperado de las sociedades occidentales se aceptan visiones culturales y prácticas sociales inaceptables, como por ejemplo el fenómeno de las esposas-niñas o la poligamia. En Inglaterra, la sharia islámica es aceptada en el sistema judicial del common law. La prohibición francesa de exponer públicamente símbolos religiosos, si bien por una parte expresa un laicismo fuerte y agresivo semejante a una religión, contradiciéndose, por la otra revela un vacío de propuesta, como si la laïcité fuera una especie de nudité.
En consecuencia, la perspectiva de las sociedades occidentales del futuro es la multiculturalidad y la multirreligiosidad, presentadas como la situación óptima y de riqueza cultural para todos. La diversidad, se dice, es un bien y todos nos beneficiamos con las distintas diversidades. La sociedad monocultural o con una cultura prevalente es considerada superada, asfixiante e intolerante. Los organismos internacionales y los centros de poder mundiales presionan en este sentido, para que la sociedad del futuro sea multicultural y multirreligiosa de manera forzada e impuesta, y las migraciones parecen ser funcionales para este proyecto. Hay naciones y estados que intentan reaccionar ante la perspectiva multicultural, defendiendo la propia identidad nacional e histórica para que sea compatible también con el progreso económico que disuade del aislacionismo. Este es el caso de los países europeos orientales, más vinculados que los occidentales a la propia identidad nacional e inmunes todavía a la influencia que ejerce la pertenencia a la Unión Europa en términos de estandarización. De hecho, hasta ahora la UE ha actuado en contra de las identidades nacionales, en el intento de crear una super-cultura europea transversal, planificada con todo detalle por las élites burocráticas de Bruselas y por los centros de poder económicos, en lugar de nacer de la base, de la vida misma de las naciones. La estandarización cultural dentro de la Unión Europa hace de espejo a la entrada numerosa de inmigrantes con el fin de hacer concreta una sociedad europea multicultural. Es la multiculturalidad impuesta.
Sin embargo, no está dicho que una sociedad multicultural sea más pacífica, más constructiva y mejor. Puede incluso ser más conflictiva y por esto el paso sucesivo podría ser construir una nueva cultura convencional y una religión civil en las que converjan todos los ciudadanos; una especie de nuevo proyecto kantiano para una “paz perpetua”, o bien algo que se acerque a los objetivos masónicos y gnósticos de una religión universal que ponga fin a los conflictos culturales y religiosos, unificando a todos en una super-cultura y una super-religión de la humanidad. Desde Saint Simon a Comte, muchos en el pasado se esforzaron por llevar a cabo esta infausta tarea. La sociedad multicultural sería, entonces, el paso hacia una sociedad del pensamiento único, gestionada por organismos internacionales y centros de poder mundiales e impuesta a todas las naciones, que habrían sido precedentemente debilitadas en su interior por el multiculturalismo.
En este contexto el islam necesita un enfoque particular. No es aceptable una islamización de los países europeos, por lo que son indispensables formas particulares de políticas migratorias en referencia al islam. Esta religión tiene aspectos de integralismo que son incompatibles con la historia de Occidente y con el cristianismo. Es verdad que la propia Europa tiene, históricamente, componentes musulmanes, pero en el pasado estos fueron integrados dentro de la visión cristiana. Pensemos, por ejemplo, en la filosofía de Averroes que, abandonada a sí misma, habría causado numerosos problemas a la religión cristiana y a la sociedad y que, en cambio, fue superada por la síntesis católica de Santo Tomás de Aquino. El islam tiene, además, una visión no personalista de Dios que invita sólo a la sumisión y no a la relación. He aquí porque, como dijo Benedicto XVI en Ratisbona en 2006, el islam no siempre se presta a la relación con la razón, relación en la que se funda la distinción (pero no la separación) entre natural y sobrenatural, entre mundo e Iglesia sobre el que se basa, a su vez, la sana y legítima laicidad. El islam no garantiza la ley moral natural en todos sus aspectos, ni sostiene que la ley del estado debe respetar los deberes y los derechos de la persona humana. Para la tradición occidental y cristiana el derecho de familia precede al del estado y también al de la religión, pero no es así en el islam. Por último, hay el tema de la violencia[3]. En el islam no existe una autoridad doctrinal única, por lo tanto el Corán es interpretado de modos diversos. No hay duda de que en el Corán hay suras que invitan a la violencia, pero ello no impide que exista, por lo menos teóricamente, un islam moderado. Pero la falta de una autoridad islámica única no impide que hoy y en el futuro exista también un islam agresivo, exclusivista y violento, sobre todo contra los judíos y los cristianos.
En el panorama de las políticas migratorias y de la sociedad multicultural y multirreligiosa futura que nos será impuesta, el islam necesita una valoración particular para la que no está preparada la política de los estados occidentales. Con ocasión de los numerosos atentados terroristas de matriz islámica se ha observado una infravaloración del fenómeno, como si el islam no tuviera casi nada que ver con ellos o sólo ocasionalmente. No hay una investigación detallada acerca de quien financia la construcción de las mezquitas, ni un control de las mismas o de otros centros cultuales islámicos en Europa, como por ejemplo las universidades islámicas; ni siquiera se investiga la predicación de los imanes, a menudo de carácter violento. Las expulsiones siempre se llevan a cabo después de los atentados y no antes; nadie se pregunta acerca del porqué son los inmigrantes islámicos de segunda generación, que deberían estar ya integrados, los que los cometen. Occidente no quiere proteger a los cristianos de las vejaciones del Isis o de Boko Haram, por lo que no tiene en absoluto la fuerza para pretender la reciprocidad: por cada mezquita construida en Occidente, una iglesia cristiana construida en los países musulmanes. Esta debilidad causa miedo y arroja una luz siniestra sobre la migración en general, dado que los migrantes de religión musulmana son muchos y entre ellos se esconden también posibles futuros terroristas.
Un proceso migratorio no controlado y que tiene como objetivo una sociedad multicultural y multirreligiosa que hay que superar, en una fase sucesiva, con una religión universal sincretista parece que ser funcional para el proyecto de secularización y eliminación de la religión católica. En esta perspectiva, ésta deberá perder la pretensión de unicidad y especificidad y confluir en una religión de la ONU o en una ONU de las religiones. Se sabe que hay proyectos pensados expresamente con este fin, como también declaraciones de intenciones cuyo objetivo es claramente éste.
El magisterio de la Iglesia católica y, en modo particular, el reciente magisterio petrino nos indica, sobre todo, el deber fraterno de acoger a quienes están necesitados. Se trata de una indicación evangélica. La complejidad de la problemática requiere, sin embargo, intervenciones a otros niveles, animadas por el deber fraterno de la acogida, que no puede ser ciega, pero que debe estructurar la esperanza[4]. Las invitaciones del Santo Padre a acoger el hermano no eximen de conocer las diversas facetas del problema y de llevar a cabo las estrategias necesarias en los diversos niveles de competencia; más bien lo exigen.
Hay que observar que desde hace tiempo el magisterio social de la Iglesia ha descuidado el desarrollo de un tema que, en cambio, tiene un papel muy importante en las problemáticas de la inmigración. Me refiero al tema de la nación y de su identidad cultural que la sitúa, necesariamente, en relación con la pregunta acerca de Dios y, por lo tanto, con la religión. El último que se ocupó con un cierto sistematismo fue Juan Pablo II en Centesimus annus[5], en numerosos discursos y en el libro “Memoria e identidad”[6]. No se puede comprender el hombre -así él enseñaba- si no es dentro de la cultura de su nación y en la memoria de la propia identidad. Es aquí que la relación con Dios se manifiesta plenamente, mientras que las visiones del hombre cosmopolita, como las que surgieron de la revolución francesa y de la cultura ilustrada, impiden la relación con Dios, aplastan al hombre, visto como individuo solo, dentro de una humanidad abstracta y puramente cuantitativa. En la nación, en cambio, el hombre encuentra una entidad orgánica y vital que lo enriquece. En estas consideraciones de Juan Pablo II fue fundamental seguramente la historia de Polonia, la memoria de cuya identidad ha sido todo uno con la memoria de la Iglesia acerca de la propia identidad. Por este motivo Polonia es, hoy en día, de las naciones que forman la Unión Europea, la más reacia a asumir modelos de razonamiento impuestos por Bruselas, siendo también la que opone más resistencia a una inmigración forzada cuyo objetivo es una sociedad multicultural que es la negación de la nación.
No es oportuno subrayar sólo el conjunto de la convivencia humana olvidándose de la realidad de las naciones, con las que siempre se ha medido la evangelización, interesándose vivamente en el hombre concreto, que está siempre dentro de un contexto cultural específico y que no es el hombre abstracto de la Ilustración o de la moderna sociedad global tecnológica. La concepción cristiana de la unidad del género humano tiene un fundamento teológico intachable en la común naturaleza de los hijos de Dios Creador, pero es orgánicamente rica y no rechaza la pertenencia a las identidades naciones que, como tales, están relacionadas también con la dimensión religiosa. Es interesante observar que, en general, los obispos africanos intenten disuadir a sus hijos de emigrar, invitándoles más bien a actuar para mejorar la propia nación.
En este rechazo al tema de la nación se observan diversos peligros posibles. El primero es que se consideren las migraciones sólo como migraciones de individuos solos y no como migraciones de pueblos, culturas y religiones. Esto sería un gran error. El segundo peligro es que se pierda la posibilidad de pensar adecuadamente el bien común, persiguiéndolo también mediante políticas migratorias. Al acoger a los inmigrantes, el poder político del estado de acogida debe tener en cuenta también el bien común de la propia comunidad política y debe preservar la identidad o identidades culturales que constituyen su memoria viva. En tercer lugar, podría haber una desviación peligrosa por parte de la Iglesia hacia el lenguaje y la mentalidad de los organismos internacionales hodiernos. Pero la Iglesia católica no puede adoptar el mismo lenguaje ideológico pacifista y ecologista de la ONU.
Las modalidades con las que se afrontan actualmente las migraciones son insuficientes. Hay que gobernar el fenómeno, pero para hacerlo es necesario conocerlo en su realidad. También las frases evangélicas pueden convertirse en eslóganes ideológicos si son utilizadas para esconder la realidad en lugar de tener cuenta de ella. Comprometerse en resolver los problemas en el país de origen; perseguir las redes de traficantes de personas humanas; no crear en esos países situaciones de guerra pilotadas por las potencias occidentales; atacar, también militarmente, a los sanguinarios califatos en lugar de financiarlos o sostenerlos indirectamente; proteger a los cristianos perseguidos; pretender la paridad con los estados islámicos; controlar la entrada de emigrantes islámicos; tener claramente presente una plataforma de valores que los inmigrantes tienen que aceptar; dar las primeras ayudas a todos, pero no acoger e integrar a todos; proteger la propia identidad cultural y nacional; proteger y defender las propias raíces cristianas y católicas; no motivar la acogida con inexistentes argumentos económicos; obrar para aumentar la natalidad de nuestros países con políticas familiares y demográficas adecuadas; oponerse a la estandarización de las personas y los pueblos por parte de las nomenclaturas supranacionales, como también a la imposición del pensamiento único por parte de los organismos internacionales: he aquí una lista de modos de pensar que podrían ser útiles para gobernar mejor el enorme fenómeno miratorio.
AA.VV. a cura dell’Osservatorio Internazionale Card. Van Thuan sulla Dottrina Sociale della Chiesa, “Il caos delle migrazioni, le migrazioni nel caos”, Cantagalli (Siena) 2016, pp.224, 14,00 Euro
[1] Director del Observatorio Internacional Cardenal van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia. Suscriben la Síntesis Introductiva: Fernando Fuentes Alcantara, Director de la Fundación Pablo VI, Madrid; Grzegorz Sokolowski, Presidente de la Fundación Observatorio Social (Fundacja Obserwatorium Społeczne), Wroclaw (Polonia); Daniel Passaniti, Director ejecutivo CIES-Fundación Aletheia, Buenos Aires; Manuel Ugarte Cornejo, Director del Centro de Pensamiento Social Católico de la Universidad San Pablo de Arequipa, Perú.
[2] El IV Informe (2012) estaba dedicado a “La colonización de la naturaleza humana”; el V Informe (2013) a “La crisis jurídica, o lo que es lo mismo, la injusticia legal”; el VI Informe (2014) a “La revolución de la mujer, la mujer en la revolución”; el VII Informe (2015) a “Guerras de religión, guerra a la religión”.
[3] Silvia Scaranari Introvigne, La guerra “a pezzi” e le nuove guerre di religione, en VII Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia en el mundo, Cantagalli, Siena 2015, p. 149-164; Id., Violenza e pace di vecchi e nuovi califfati, en AA.VV., Le nuove guerre di religione, Cantagalli, Siena 2016, pp. 69-80.
[4] Lo han recordado, por ejemplo, los obispos europeos en el comunicado final tras la Asamblea del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas (CCEE), que tuvo lugar en Jerusalén del 11 al 16 de septiembre de 2015.
[5] Juan Pablo II, Lett. Enciclica Centesimus annus (1991) n. 24.
[6] Juan Pablo II, Memoria e identidad, La Esfera de los Libros, 2005.