William T. Cavanaugh
La novela de Lawrence Thornton Imaginando la Argentina se ubica durante los días más oscuros del régimen militar a fin de los años 70 y principios de los 80. La acción de la novela está centrada en el personaje de Carlos Rueda, un director de teatro infantil cuya mujer e hija están desaparecidas. Carlos desarrolla un don milagroso por el cual es capaz de ver lo que ha sucedido a los desparecidos y sus familiares comienzan a acudir a él. Su imaginación no sólo ve la realidad sino que a veces también es capaz de alterarla: se abren agujeros en paredes de cemento y los prisioneros torturados
escapan hacia la libertad. Los amigos de Carlos, no piensan que se pueda combatir contra los tanques y los rifles solo con la imaginación, pero para Carlos la lucha no es entre la imaginación y la realidad, sino entre dos clases diferentes de imaginación. Él se da cuenta que “(el General) Guzmán y los otros habían estado soñando con él, y que él había estado viviendo en su imaginación.”
Un Ford Falcon manejado por agentes de seguridad se acerca despacio. Carlos le dice a su amigo Silvio lo que él piensa que los hombres en el auto ven.
“Ellos ven ovejas y terroristas porque nos imaginan así. Pero mira a esa gente, Silvio, a la mujer en mangas de camisa. Ellos tienen recuerdos de un tiempo anterior al régimen pero no llevan su imaginación más allá de la memoria porque la esperanza es muy dolorosa. En tanto aceptemos lo que imaginan los hombres en el auto, estamos erminados. Todo lo que te quiero decir, Silvio, es que existen dos Argentinas: la parodia del régimen, y aquella que late en nuestros corazones… Debemos creer en el poder de la imaginación porque es todo lo que tenemos, y el nuestro es más fuerte que
el de ellos.”
En mi libro Tortura y Eucaristía, analizo la tortura y la Eucaristía como dos tipos diferentes de imaginación en el Chile del General Pinochet. La tortura es la imaginación de los generales, y la Eucaristía es la imaginación de Dios. Utilizo el término “imaginación” en el sentido que Benedict Anderson llama a las naciones-estado “comunidades imaginadas”. Existen cosas tangibles como banderas, tanques, oficinas y formularios de impuestos pero sólo tienen poder efectivo cuando están animadas por un «entramado» formado sentido que un pueblo tiene de su propia identidad, por la memoria de sus orígenes, por sus miedos y esperanzas y por su idea de amistad y enemistad. La imaginación social consiste en la narrativa y los rituales e imágenes que organizan los cuerpos en el espacio y en el tiempo. La imaginación es tanto la causa omo el efecto de tal organización.
Paul Ricoeur utiliza el término “imaginación” para diferenciarse tanto de la ideología –que nos acomoda al mundo tal como es- como de la utopía que sugiere un “no lugar”, o un escape de la realidad. La imaginación nos permite transformar el mundo, no participando de una fantasía, sino realmente haciendo la experiencia de otro mundo que está ya sucediendo en este mundo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando describe que el Reino de Dios “está cerca” (Mc.1,15). No está consumado. Tampoco es un sueño. Pero está ya presente de tal manera que nos permite pensar que el mundo tal como se encuentra no es irreversible, y que ya es posible actuar en él de un modo diferente, aún cuando esto nos ponga en contra de los defensores del status quo. esto es, con los que crean la ideología y con aquellos formateados por ella.
La Eucaristía como imaginación de Dios no es sólo una idea abstracta que organiza los cuerpos en espacio y tiempo. La iglesia es un cuerpo social, el Cuerpo de Cristo, engendrado por la acción del Espíritu Santo en la Eucaristía. En la conocida declaración de Henri de Lubac “La Eucaristía hace la Iglesia”. En la iglesia de los primeros tiempos, de acuerdo a de Lubac, la Eucaristía “era más una acción que una cosa”. Aquí “acción” se refiere a la reunión de los cuerpos en el Cuerpo de Cristo. La forma dinámica del misterio como acción está relacionada a las tres dimensiones del tiempo –pasado, presente y futuro- que la Eucaristía realiza. El sacrificio histórico de Cristo está realmente presente ahora, pero la acción eucarística también mira hacia la consumación escatológica del Cuerpo de Cristo completo.
En esta breve charla, voy a tratar de la Eucaristía en relación con la imaginación de los cuerpos sociales. Primero hablaré de cómo se forma la imaginación social en una sociedad necesitada de reconciliación, como la Argentina. Luego, sobre cómo la Eucaristía puede servir de fuente de sanación de la imaginación social.
I. El espectáculo
La Iglesia nació durante el Imperio Romano, en el cual un sistema poderosamente centralizado de la imaginación social –que San Agustín caracterizó como la libido dominandi, la voluntad de dominar- tenía lugar. El sistema estaba basado en parte en el espectáculo. Las primeras luchas de gladiadores en el siglo III antes de Cristo, destacaban tres pares de luchadores. En el tiempo de Julio Cesar dos siglos después, existían trescientos veinte pares de gladiadores, y los números aumentaron aún más a medida que la República dio paso al Imperio. Para dar un ejemplo, el emperador Trajano, solventó los entretenimientos en el Coliseo por un período de tres meses durante el cual murieron diez mil hombres y diez mil animales. Una violencia tan
asombrosa fue necesaria para aplacar a los dioses y al pueblo común. Los espectáculos se hicieron esenciales para la imaginación social, tanto como una demostración del poder de los gobernantes y su devoción a los dioses, como un modo de unir al pueblo en contra de chivos expiatorios comunes tales como esclavos, criminales y cristianos. El cuerpo político estaba construido sobre los cuerpos sacrificados de hombres y animales. El vínculo social se fortalecía sobre la base de las fiestas públicas –provistas por los emperadores- que acompañaban a los espectáculos.
Los cristianos eran acusados de “odio de la raza humana” porque evitaban los espectáculos y sacrificios realizados por el cuerpo político. Por lo tanto los cristianos se convirtieron ellos mismos en víctimas, sacrificados ante multitudes de observadores ansiosos de verlos sufrir. Sin embargo, ellos comprendieron la ejecución pública a la luz de la cruz de Cristo; aunque Cristo fue ejecutado como un espectáculo, Dios revirtió la lógica, “y habiendo despojado a los poderes y autoridades, los expuso públicamente a la burla, triunfando sobre ellos por la cruz” (Col.2,15). Pablo dice a los corintios que
los seguidores de Cristo han sido entregados por Dios como “un espectáculo para el mundo” (I Cor.4,9). En su voluntad de morir más que matar, los cristianos se han convertido en mártires, testigos para el mundo. Y, tal como remarcó Tertuliano, cuanto más se les veía morir, más crecía la Iglesia: “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia.”
Los regímenes militares modernos aprendieron bien esta lección. Más que confiar en el espectáculo, las dictaduras en Latinoamérica emplearon estrategias de invisibilidad. Las estrategias empleadas buscaban no crear mártires. Las desapariciones, en vez de ejecuciones públicas, se convirtieron en el modo más favorable de silenciar a los críticos. La gente simplemente se perdía en la nada, se desvanecía. No había ningún cuerpo del cual tomar reliquias, ninguna tumba sobre la cual hacer un banquete o celebrar la Eucaristía, ninguna fecha aniversario de la muerte que sirviese para mantener viva la memoria del mártir. La estrategia de la desaparición es la estrategia del olvido. La tortura, tal como fue practicada por los regímenes militares en Latinoamérica, fue otra práctica de la invisibilidad. Las técnicas de tortura que predominaban –especialmente con el uso de electricidad- eran diseñadas para no dejar huella en el cuerpo de la víctima, de modo que no hubiese evidencia en los cuerpos de aquellos que eran liberados. La brutalidad del régimen militar debía ser conocida ampliamente entre el pueblo a fin de desanimar la resistencia, pero la represión debía ser sentida y no vista.
La invisibilidad aumenta el temor y la ansiedad; uno puede ciertamente temer lo que se ve, pero a la vez puede desarrollar estrategias de resistencia hacia lo que es visto y conocido. Es mucho más difícil desarrollar tales estrategias con lo que no puede ser visto o conocido. La ansiedad distancia a la gente entre sí; es complicado saber en quién se puede confiar, y así la gente tiende a mantenerse reservada y evitar los grupos. El cuerpo político formado por este tipo de imaginación es diferente de aquel formado en Roma. En vez de unirse en lugares comunes alrededor de un sacrificio
común, se busca dispersar a la gente.. La tortura está dirigida a cuerpos sociales, no simplemente a cuerpos individuales. Los regímenes militares en Latinoamérica no eran fascistas, más bien lo contrario. No animaban a la unidad sino a la individualización en/de la sociedad. Las políticas económicas neoliberales promovieron este proceso de individualización.
El régimen militar se ha ido, pero ha dejado una sociedad herida con necesidad de reconciliarse en su recuperación. Desafortunadamente, los recursos imaginativos necesarios para la sanación del cuerpo político son difíciles de encontrar. Por un lado, encontramos un tipo de nacionalismo populista que busca unir a la gente en torno a una imagen mística del Pueblo argentino. Tal como lo señaló Loris Zanatta, este énfasis mística en la unanimidad – uniformidad – más allá de tender hacia el autoritarismo – es proclive a crear divisiones, dado los partidos populistas se arrogan la representación de todo el pueblo argentino. El populismo pretende una suerte de monopolio sobre la unidad mística de la nación, y por tal razón tilda de enemigos a
quienes disienten. La memoria del pasado es instrumentalizada y usada como un arma.
Por otro lado, una sociedad basada en el consumo más que en la producción se presta a volverse olvidable. Como sucede en todo el mundo occidental, el sujeto ciudadano es cada vez más reemplazado por el individuo consumidor. No queremos discernir juntos políticamente; queremos ir de compras.
De algún modo, una sociedad consumista es más difícil de evangelizar que una sociedad enfrentada a una opresión pública/abierta. El poder en una sociedad consumista funciona no por miedo sino por seducción y distracción. El espectáculo ha vuelto pero de un modo bastante diferente que aquel que tenía lugar bajo la dominación romana. Tal como lo señala Guy Debord, el espectáculo no está hoy en día coordinado por una autoridad central, pero funciona de un modo disperso a través de las millones de imágenes que constantemente pasan delante de nuestros ojos en una sociedad saturada por el mercado. El efecto deseado no es unir sino individualizar; cada persona se imagina a sí mismo como un consumidor soberano persiguiendo sus
deseos individuales. La imaginación del mercado coloniza todas las áreas de la vida pública, incluyendo la política y la religión. Los candidatos al servicio público son etiquetados y puestos a la venta como autos o celulares. Las imágenes y los gestos hacen oscilar a los votantes más que las políticas. Los límites entre política, entretenimiento y mercado están desapareciendo. Y la sociedad del espectáculo posee también una dimensión religiosa. El espectáculo es atractivo porque ofrece la posibilidad de escaparse de los límites de la finitud mortal y a comulgar con la trascendencia. Es por esta razón que el Papa Francisco casi nunca habla de la economía actual sin usar el término “idolatría”.
Podría decirse mucho acerca de la imaginación social de una sociedad de consumo, pero quisiera focalizarme en el modo en que ésta causa nuestro olvido del pasado y del futuro. El mercado nos empuja a centrarnos en nuestros deseos actuales. La opresión de aquellos en el pasado para defender el status quo capitalista; las condiciones laborales miserables de aquellos que producen bienes en la actualidad; los efectos destructivos de nuestro consumismo en el medioambiente en el futuro; somos estimulados a olvidar todo esto y a concentrarnos en nuestro propio deseo. La economía global ha causado un desprendimiento de la producción, de productores y productos: no hacemos las cosas, sino que las compramos; no vemos a quienes las
fabrican, porque viven en otra parte del mundo; y somos permanentemente animados a desprendernos de los productos, porque es necesario que sigamos adelante y compremos algo nuevo. La movilidad constante de la economía de consumo depende de la distracción y olvido del pasado. Al mismo tiempo hay un olvido del futuro, un abandono de la esperanza. El tiempo mesiánico, la esperanza de que las cosas van a
cambiar radicalmente, es reemplazada por lo que Metz llama “tiempo evolutivo”, un sentido de fatalismo en que nada va a cambiar realmente alguna vez. El deseo del consumidor parece alentar la esperanza de algo nuevo, pero, como escribe Vincent Miller, el consumidor “desea todo y espera nada”. El consumidor no quiere que el deseo concluya, que tenga un telos, porque el placer es buscado en el deseo mismo. El corazón inquieto sobre el cual San Agustín escribió, no desea descansar en Dios sino que busca seguir deseando. La escatología es abandonada, porque los deseos superficiales son constantemente estimulados, pero nada cambia realmente alguna vez. Los grandes proyectos de cambio social tanto de la derecha como de la izquierda, han sido reemplazados por el deseo de comprar.
II. La Eucaristía
Hemos sido entrenados en la modernidad para pensar que las sociedades son manejadas por leyes que pueden ser descubiertas a través de las ciencias sociales; la teología es irrelevante más allá de los límites de la esfera religiosa/del ámbito religioso. Tal como se demostró en el análisis previo sobre el espectáculo, sin embargo, esta dicotomía entre lo real y lo imaginario, es falsa. Lo que tenemos en vez, es una lucha entre diferentes tipos de imaginación. Y la imaginación de Dios es más real que la imaginación secular.
Lo que la Iglesia tiene para ofrecernos hoy es lo que Dios nos ha ofrecido: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cuando me refiero a la Eucaristía como imaginación de Dios, no uiero decir que la imaginación es un acto puramente mental, o algo que contrasta con la realidad. La Eucaristía es la imaginación de Dios corporizada en comunidades humanas concretas que se convierten en el cuerpo de Cristo en la tierra. Debemos resistirnos a la espiritualización e individualización de la Eucaristía, así como también a reducción de la Eucaristía a términos meramente sociológicos. La Iglesia es el modo en que el cuerpo de Cristo se manifiesta en el mundo, y la Eucaristía hace la Iglesia.
De acuerdo a de Lubac, lo que más importaba en la iglesia primitiva acerca de la Eucaristía era la acción de crear un cuerpo, el corpus verum que era la Iglesia. Para Pablo, Juan, y para todos los Padres de la Iglesia, era la acción de consumir el Cuerpo de Cristo lo que incorporaba a los cristianos al cuerpo de Cristo; la realidad sacramental era manifestada en la realidad social de un cuerpo reconciliado de personas que habían sido reunidas por el Espíritu Santo bajo Cristo, la cabeza. La Eucaristía es una acción social no solo en un sentido superficial y solo sociológico de reunir a las personas sino en un sentido ontológico más profundo de incorporarlas a Dios. Lo que hace la diferencia, en un sentido profundo, es el modo en que la gente
imagina a los demás en el cuerpo de Cristo: como miembros de su propio cuerpo. Tal como Pablo deja claro en el capítulo 12 de los Corintios, los miembros comparten el mismo sistema nervioso, de tal modo que si uno sufre, sufren todos juntos, y si uno se alegra, todos se alegran. Pablo escribe que el dolor de los más débiles no es simplemente visto, sino sentido, por eso a los miembros más débiles les es dado el mayor honor.
Esta imaginación social es realmente distinta de aquella realizada tanto por el populismo como por una sociedad de consumo. A diferencia del populismo, (en el Cuerpo de Cristo) ninguna porción o miembro se apropia de la totalidad; y una profunda empatía en el sufrimiento prima por sobre la tendencia a crear enemigos. Es más: el cuerpo de Cristo en tanto católico – es decir, universal – sirve como crítica de todos los nacionalismos. A diferencia del consumismo, en el cuerpo de Cristo no se trata de proceder de acuerdo a los propios intereses, porque no existen individuos
como unidades aisladas; los intereses y deseos de unos son los intereses y deseos de todos. El deseo tiene un telos, que es la vida en comunión con Dios. La Eucaristía que realiza este cuerpo es de hecho exactamente lo opuesto a la imaginación del consumismo. El consumidor se mantiene aparte de los objetos y busca sólo un éxtasis temporal antes de avanzar hacia el siguiente objeto. Por otro lado, en el acto de consumir la Eucaristía el «consumidor es consumido», llevando a la persona más allá de su individualidad a un sí mismo mayor, el Cuerpo de Cristo. Esto no es sólo un éxtasis
temporal, sino un ex-stasis o mantenerse fuera del sí mismo, para permanentemente descentrar a la persona, poniendo el centro de la persona en Cristo. Se invierte el acto de consumir.
Chanon Ross demostró recientemente que San Agustín consideraba la Eucaristía como un entrenamiento que iba en contra de los espectáculos de Roma. Mientras Roma esperaba que el pueblo se deleite con los sacrificios humanos y de animales, creando así un sentido perverso de la comunidad unidos en contra de los chivos expiatorios, la Eucaristía invitaba a los participantes no sólo a recordar y honrar a la víctima sino también a identificarse con ella y hacerse sacrificio ellos mismos. Al hacerlo de esta manera Cristo reconfigura la realidad total del sacrificio. El verdadero sacrificio no es ceder algo para aplacar a un dios sediento, sino hacer algo sagrado, tal como la palabra latina significa, al unirnos a Dios en amistad. La kenosis de Cristo es tal que entrega su propia identidad a la comunidad que Él funda, y sus seguidores como consecuencia, se descentran de sí mismos uniéndose en servicio a Dios y entre sí. Como dice Agustín, nos convertimos en aquello que se nos ofrece en el altar.
La Eucaristía es una anamnesis, literalmente un “no olvidar”. Recordamos el sacrificio de Cristo: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Pero la Eucaristía como acción social es mucho más que el acto mental que trae a la memoria la acción pasada de Jesucristo como un individuo. Primero, Cristo es más que un individuo, tal como Mt.25 explica con toda claridad. Cristo se identifica con todas las víctimas del mundo, con todos aquellos que están hambrientos, sedientos, enfermos y prisioneros. La crucifixión y resurrección de Jesús es un acto de esperanza para todas las víctimas del mundo. Como Pablo subraya, Cristo no es sólo un individuo sino que también tiene un cuerpo corporativo en el cual los débiles encuentran su lugar más digno. Segundo, la anamnesis de la Eucaristía no es sólo un acto mental sino un “recuerdo” colectivo (en inglés), la asimilación de los miembros al cuerpo (en español, re-cordar, volver al corazón). Esta es la creación de un cuerpo social. Tercero, el recuerdo eucarístico se refiere no sólo al pasado, sino también al presente y al futuro. La dimensión escatológica de la Eucaristía significa que, en palabras del Sacrosanctum Concilium, “en la liturgia terrenal, pregustamos aquella liturgia celestial que es celebrada en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual peregrinamos”. John Zizioulas acertadamente llama a la Eucaristía “la memoria del futuro”. Actuamos en el presente para anticipar la reconciliación celestial que es celebrada en la Eucaristía.
La Eucaristía es la imaginación social de la Iglesia. Es un modo diferente de ver el mundo que se basa en la esperanza en que la escatología cristiana nos lo exige. La Eucaristía busca una reconciliación futura de todos los seres. La imaginación no es ni utopía ni un no-lugar, pero tampoco pura fantasía. La Eucaristía es la construcción de un cuerpo social aquí y ahora que realiza la anticipación del escathon, el “ya” en el “todavía no”. No esperamos la segunda venida de Cristo como si la primera fuera sólo un rumor. Lo que Cristo ha realizado y lo que celebramos en la Eucaristía es una
profunda interrupción en la historia, la venida del Reino de Dios, de cuya labor somos ya testigos. En la Eucaristía vivimos en un tiempo mesiánico, no en un tiempo evolutivo.
El Mesías que celebramos en la Eucaristía es inusual. El no vino a vencer a través de un espectáculo violento, sino que El mismo se convirtió en un espectáculo, una víctima. Al identificar a Dios con las víctimas de este mundo, Jesucristo expuso el mecanismo del chivo expiatorio como una mentira, tal como René Girard expuso con tanta convicción. El cuerpo social que Cristo nos dejó en la Tierra, es un cuerpo que recuerda las víctimas y absorbe su sufrimiento, “completando lo que falta a los padecimientos de Cristo”, como expone Col 1,24. Sin embargo el luto y el lamento no deben transformarse en resentimiento y venganza ya que Cristo rompió el ciclo de la violencia. La justicia debe estar siempre al servicio del objetivo final de la reconciliación.
Por lo tanto la Iglesia debe crear y fomentar cuerpos sociales que realicen una imaginación corporativa, una en la cual todos compartamos el mismo sistema nervioso. La Iglesia está situada en un lugar único para promover comunidades de participación que resistan las dinámicas consumistas del espectáculo y el desprendimiento. Cuando consumimos la Eucaristía convertimos el acto de consumo de adentro hacia afuera y a cambio, somos consumidos, entregados como pan para un mundo hambriento. Como expresa el predicador papal Rainiero Cantalamessa,”la Eucaristía hace la Iglesia
haciendo la Iglesia Eucaristía”. La Iglesia hace de su propio cuerpo un don para la vida del mundo.
Debe quedar claro que el mundo incluye tanto a cristianos como a no-cristianos de todo tipo. La Iglesia no debe mirarse a sí misma, sino que debe salir a la calle, como nos exhorta el Papa Francisco. Dorothy Day solía recordar a sus compañeros trabajadores católicos, que todos somos miembros o miembros potenciales del cuerpo de Cristo. La Eucaristía es fuente de imaginación social no solamente para los católicos. Como mostré en el caso de Chile, la Iglesia católica bajo el régimen militar realizó una imaginación eucarística no sólo negando el sacramento a los torturadores, sino también
y más ampliamente creando comedores, talleres para desempleados, comprando cooperativas, entramando círculos para familiares de desaparecidos y muchos otros tipos de comunidades en las cuales el pueblo católico o no, era bienvenido. Tales esfuerzos ayudaron a re-unir el cuerpo social en contra de los intentos del régimen de dispersarlo. Proyectos sociales como estos son aún necesarios hoy y aún más, de cara a la presión implacable que ejercen las fuerzas económicas globales en una comunidad verdadera. Quizás podamos encontrar en la Eucaristía los recursos para ofrecer al mundo la imaginación de Dios.
XXXV Semana Argentina de la Teología En el camino de Emaús – Esperanza que fecunda la historia
www.ucasal.edu.ar/…/teologia/3.BCAVANAUGH–ImaginandolaArgentina.pdf