l. Sobre la eclesiología del Vaticano: El diario del concilio*
El diario del Vaticano II, a pesar de su interés, es de lectura más costosa. por su enorme longitud y porque muchas páginas se limitan a transcribir resúmenes de todas las sesiones y reuniones a las que el autor asistió.
Pero más allá de esos inacabables resúmenes, donde uno puede encontrar a veces pequeñas perlas (como la de que cuando hablaba no sé qué obispo español «he aprovechado para ir al lavabo»), el diario de Congar vuelve a ser hoy útil, por la gran cantidad de reflexiones eclesiol6gicas que contiene y que han recobrado actualidad, por la presente involución eclesial.
En esta presentación, me limitaré a hacer una pequeña antología de citas interesantes, sustituyendo el orden cronológico con que aparecen en el libro, por un orden temático, que facilite su agrupamiento.
Es innegable que Congar (junto con otros muchos) vivió el Concilio como un serio enfrentamiento entre la curia romana y la Iglesia. Lo que hacía posible ese enfrentamiento es que la curia romana amparaba todas sus posiciones con la figura del papa. Ese patrocinio no era válido (pues, de hecho, los juicios de Congar sobre Juan XXIII y Pablo VI son muy positivos), pero estaba justificado por la figura que se le hace encarnar al sucesor de Pedro. De ahí que buena parte de las reflexiones que voy a citar pueden sistematizarse en estos tres capítulos. La teología (sobre todo, naturalmente, la eclesiología), /a figura del papado y la curia romana, por más que muchas veces los temas se entremezclen.
1,1, Principios teológicos
Ya en los comienzos del diario, cuando acababa de ser nombrado consultor y se movía entre el pesimismo y la duda, Congar escribió:
Empiezo a conocer bien la historia de la eclesiología: hace más de quince siglos que Roma trabaja para tomar (mejor: acaparar) todos los hilos de dirección y de control. Ya había llegado a eso: desde 1950 parecía que todo estaba completo. Y he aqur un papa que amenaza con abandonar algunas posiciones y dar la palabra a la Iglesia. Algunos hablaban de dar más independencia a los obispos. Mientras que el pequeño equipo cooptado de teólogos romanos imponía sus ideas a todo el resto, he aquí que se va a dar a ese resto su oportunidad independiente. Me pareela que todo pasaba como si la curia de pro XII, dándose perfecta cuenta del peligro se ponía eo su sitio, doblaba lo que hiciera falta, sin romperlo, y se aplicaba a limitar al rninimo inevitable los desgastes hechos al sistema (1, 8).
Y al año siguiente. 1961, a propósito de uno de los primeros textos preparados por la comisión teológica de entonces, Congar anota: «La fuente no es la palabra de Dios, es la Iglesia misma e incluso la Iglesia reducida al papa. Lo cual es muy grave» (1, 57).
Semejante sustitución de la palabra de Dios y de la misma Iglesia por las instituciones romanas, que deberían estar a su servicio. es una constante del pensamiento de Congar. También a los comienzos del Diario, reproduce una conversación que ha tenido con Ottaviani: «le he dicho que no pretendo quebrar la confianza en la jerarqura; pero que la Iglesia deberla pensar menos en sí misma; y que si se entregara de verdad al servicio del evangelio, toda su autoridad le vendria de abr’ (1, 37).
Más tarde, cuando las cosas comiencen a ir mejor, escribirá:
Este texto me parece fundamental para comprender lo que se debatió en el concilio, y se abrió allí camino para ser deslrOnado poco después. El significado eclesiológico del concilio será para Congar que «pasamos la página del agustinismo y de la edad media. Renunciamos a las pretensiones de poder temporal; ponemos en juego nuevas estructuras de relación con el mundo, desde el evangelio y de cara a Jesucristo» (11, 454).
Todos los estudios conciliares suelen citar, como un ejemplo de ese significado eclesiológico del Vaticano 11, el célebre cambio de orden de los capítulos 2 y 3 de la Constitución sobre la Iglesia. Por eso es de interés conocer la siguiente anécdota: «Mons. Philips me cuenta que el cardenal Onaviani ha intervenido ante el papa para que ‘la constitución (Lumen Genlium) no mantenga el orden pueblo de Dios-jerarquía. sino al revés'» (1, 470), información que me parece de un valor inestimable, tanto sobre las mentalidades como sobre los procedimientos.
Toda esta eclesiología desviada tiene referencias históricas muy claras. Una vez, J. Guinon le había hablado de un proyecto de beatificar a Pío IX, «para empalmar el Vaticano I y el 11». Y Congar comenta:
Cuanto más lo examino más considero a Pío IX como pequeño y catastrófico. Es el primer responsable de la mala orientación que, durante sesenta años, ha pesado sobre el catolicismo francés. Cuando los acontecimientos le invitaban a suprimir la mentira insultante de la udonación de Constantino» y a retomar actiludes evangélicas, no percibió nada de esa llamada y hundió a la Iglesia en la reivindicación del poder temporal. Este aire temporalista pesa todavía sobre la iglesia de hoy: este aparato pesado y costoso, prestigioso e infatuado de sí mismo, prisionero de su propio mito de grande~ todo eso que es la parte no cristiana de la Iglesia romana y que condiciona (o mejor: impide) su apenura a una tarea plenamente evangélica y profética, todo eso viene de la «donación de Constantino». Lo veo clarísimo estos días: no habrá nada que hacer hasta que la Eglesia romana no salga totalmell1e de sus pretensiones señoriales y temporales. Es preciso que todo eso sea DESTRUIDO (14 de octubre de 1962, 1, 115)I .
1.2. Curia romana
En el marco de esta confrontación entre dos eclesiologías, se comprende la visión, ácida y dolida, que tenía Congar de la curia romana. Si a comienzos del concilio podía anotar que «a Roma sólo le interesa su autoridad; no el evangelio» (1, 74), o que «a estos romanos les importa un comino la tradición. No miran más que a los dichos del papa. Aquí está la gran batalla» (1, 71 )’, hacia el final del concilio, seguirá escribiendo: «Estoy aplastado por esta vanidad que tiene Roma de su autoridad. Ya sé. por la historia. que nunca ha pensado en otra cosa» (11, 537).
Congar se da cuenta, además, de cómo los procedimientos y ambientes romanos llegan a condicionarle a él mismo. Y el 23 de octubre de 1962, escribe: «una vez más percibo cuánto tiene de maquiavélico y de deprimente la disciplina del secreto, obtenido y sancionado por un juramento. que impone Roma a todos los que trabajan con ella» (1, 145). Y unos diez días después:
la curia no comprende nada. Y no comprende nada porque sus miembros están mantenidos en la ignorancia de la realidad, y en la sujeción polflica, en una eclesiología simplista y falsa en la que todo se deduce del papa, no conciben a la Iglesia más que como una enorme administración centralista, cuyo centro ocupan ellos (1, 180).
Esta distancia de la realidad se disimula a veces con el nombramiento de sus miembros como obispos y pastores… de diócesis inexistentes. Lo que hace exclamar a Cangar, comentando una intervención conciliar de Mons. Parente: «que no habla como asesor del Santo Oficio sino como obispo de Tolemaida en la Tebaida. ¡Pues que se vaya a residir en su diócesis!» (1, 227).
Ese sistema curial reclama una aprobación total e incondicional. El 9 de diciembre de 1962, Congar resume una conversación suya con el cardenal Ottaviani, en que éste le había reprochado que en el libro Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, hablaba de la Iglesia unas veces bien y otras mal. Y comenta: «El no quema cosas complementarias, no piensa ni habla nunca dialécticamente de la Iglesia. Todo es loable y todo debe ser alabado. Estos hombres no conocen más que una dirección: la que es homogénea y favorable a la afirmación de su autoridad» (1, 313). Por eso, «viven en la ficción» (1, 578, comentando una intervención del cardenal Ruffini, en el sentido de que no se podía imputar falta alguna a la Iglesia romana como tal).
Esta ficción y esta distancia de la vida hace que la curia sustituya la teología por las ceremonias: «Esperaba una palabra sobre la teología y su lugar en el momento presente. Pero nada. Espantosa cosa esta Roma. que lo reduce todo a ceremonias» (1, 576). La sensibilidad de Congar (como la de tantos hombres de hoy) se encuentra tan ajena a ese mundo de pompa y artificio que, en otro momento, escribe: uno voy a la ceremonia de canonización de los mártires de Uganda. Estoy contra tales ceremonias llenas de ostentación de la gloria HUMANA Yhe rechazado siempre las entradas que se me ofrecían» (11, 208).
2. Lo cual parece una puesta en juego del dicho de Pío IX: «la tradición soy yo».
Otra vez, a propósito de esas artimañas tan naturales y lan poco sobrenaturales de dar la palabra a uno en lugar de a otro, Congar se preguntará: «¿es que el Espíritu Santo se vale incluso de esos medios?» (11, 4(7).
1.3, El Santo Olicio
Dentro de la curia romana, el objeto mayor del enfrentamiento de Congar lo constituye el Santo Oficio: «cuando más avanza esto más claro queda que la batalla tiene lugar verdaderamente entre la curia (sobre todo el Santo Oficio) y la ecelesia. Ayer quedó c1arisimo» (1, 343). Meses después (en mayo del mismo año 1963) repetirá: «no soy el único que piensa que todas las dificultades han venido del mismo punto: salir de una situación dominada por el Santo Oficio. Hace nueve meses que trabajamos para eso» (1, 369). Y en otra ocasión habla del general de su orden como prisionero del Santo Oficio y encargado por él de dar tirones de orejas a sus súbditos (cfr. 1, 92).
Como aparecerá en la segunda parte, el Santo Oficio se había encarnizado con él hasta extremos difíciles de comprender. Por eso, Cangar no puede salir de su asombro cuando (a través de los cardenales Dópfner y Frings) se entera de que varias veces, para dar caución a los esquemas que presentaba a los obispos, Ottaviani les decía «el P. Congar y el P. De Lubac los han aprobado» (!) (1, 124).
Cuando el cardenal Frings tuvo en el aula conciliar una dura requisitoria contra el Santo Oficio en la que dijo que era «escandaloso» que no se escuche a los autores condenados, el cardenal Ottaviani (prefecto del Santo Oficio) «estalló en gran cólera: ‘Protesto vehementemente contra el cardenal Frings. Lo que ha dicho sólo se puede decir por ignorancia, por no calificarlo de manera más fuerte. El Santo Oficio es el mismo papa’ ha dicho» (1, 525).
Con ello, estamos en el manto sagrado que cubre todas las posiciones a las cuales Congar sentía imprescindible combatir: la figura del papa.
1. 4, Papa y papolatrla
Como aclaración previa convendrá decir que la palabra «papolatría» constituye una acusación repetida varias veces en el concilio por el patriarca de Antioquía Máximos IV, de la que Congar da cuenta, por ejemplo, en 1, 301. Casi todas ¡as citas que siguen pueden ser un comentario de ella.
El 9 de marzo de 1963, en una reunión de la comisión teológica sobre la Constitu-<:ión úunen Gen/ium, los curiales quieren eliminar de la eclesiologla el texto del Apocalipsis 21, alegando que «concierne sólo a la Jerusalén celestial y no a la Iglesia visible de la tierra». Y Cangar no puede menos de comentar: «sólo piensan en UNA cosa: poner al papa por todas partes y encima de todo, no verle más que a él y hacer que toda la Iglesia consista en él» (1, 345).
En este contexto, consuela saber que el mismo Juan XXlII había confesado al embajador francés, cuando su presentación en el Quirinal: «quiero sacudir todo el polvo imperial que, desde Constantino, se ha pegado al trono de Pedro» (1, 357). Consolador, no porque lo consiguiera sino porque ayuda a todos los cristianos que pretenden eso mismo a saber que no están tan solos.
Pero el problema es que ese polvo imperial se refleja hasta en el mismo culto romano: al comenzar la segunda sesión, Congar escribe sobre la misa inaugural:
No puedo menos de interpretar eclesiológicamente la estructura misma de la ceremonia: entre dos filas de obispos mudos y espectadores, pasa la corle pontificia vestida como en el s. XVI, y precediendo a un papa que parece así, a la vez, como soberano de orden temporal y como jerarca POR ENCIMA Y sólo por encima… ¿Conservará la Iglesia este rostro? Me parece evidente que, en estos momentos, el evangelio está en ella, pero cautivo» (l, 402).
Y un año después:
Remito también a la larga página 290-291 del segundo tomo, cuya extensión impide que la cite, a propósito de la declaración de María madre de la Iglesia y sobre todo del modo como todo eso se consiguió: generando la desconfianza de los observadores de otras iglesias y la irritación de varios obispos ce!’troeuropeos. Yeso que Cangar, aunque considera que todo lo ocurrido era «grave» y un paso atrás en la marcha del concilio, lo acepta creyentemente para que éste fuera de lodos y no una victoria de unos sobre otros. Y acaba comentando: «el papa, que es de todos, ha querido dar satisfacción a todos. Pero, al obrar así, se ha mostrado como alguien de quien no puede uno fiarse totalmente»).
Una última observación que tiene mucho más de fondo teológico que de fonnas o cuestiones de funcionamiento: «Se ha leído una lista de facultades que el papa concede a los obispos (concedimus, impenimur), cuando, en realidad, no se hace más que restituir (y mal) una parte de lo que se les ha quitado, a lo largo de los siglos» (1, 586)
1. 5, El personaje
¿Quién era el hombre que vive este enfrentamiento? A lo largo del libro, Cangar aparece como persona buena, moderada y posibilista. Se sabe, además, que fue una de las lecturas preferidas de Pablo VI y que, a su muerte, Juan Pablo II declaró que había sido «un regalo de Dios a su Iglesia». Vamos a acercarnos a esta figura.
El se consideraba «demasiado tímido, demasiado pasivo y hasta pusilánime». Vivió el concilio con una salud enonnemente precaria «la pierna y el brazo derecho casi 00 me funcionan, duenno poco y maL.. (1, 319). Su nombramiento como perito le sorprende, después de la persecución pasada. Y temiendo que acabe siendo una manipulación, se plantea no aceplarlo. Pero prefiere hacerlo, porque sabe que en la Iglesia casi siempre se ha progresado aprovechando las pequeñas grietas del sistema, más que echando las cosas por la borda. El lunes 25 de septiembre de 1961, escribe: «Antes de venir he pensado seriamente en presentar mi dimisión, para poner un gesto que alertara a la opinión y a los obispos. Hablé de ello con De Lubac que me lo ha desaconsejado formalmente».
Hombre más bien depresivo, su verdad y su gran dosis de razón se abrieron camino, a través de desautorizaciones, fracasos y sensaciones de derrota. Nunca luvo una plena sensación de victoria:
Humanamente hablando, estoy, si no vencido, al menos traicionado por la vida. Humanamente hablando, valOOa más desaparecer ahora que aún tengo cierta apariencia. Pero sé muy bien que uno no puede escoger y que esos sentimientos son estúpidos. No son blasfemos, porque quedan en la superficie de un alma que se ha entregado y que no se arrepiente. Pero Señor, ¿hasta cuando? (1, 516-17).
No sólo sufrió Cangar, por supuesto. Es conmovedora una conversación con aquel gran hombre que fue el cardenal Léger, en la que éste le confesaba: «el pasado noviembre sufrí una verdadera agonía: me preguntaba si estaba todavía dentro de la Iglesia calólica o si mis ideas me ponían fuera de eUa. El 20 de noviembre luve una alocución anle el papa para la recepción de los obispos canadienses. El papa (Juan XXIIIlodavía) quedó impresionado y luego me retuvo largo ralo con él. Le dije: ‘¿quiere Vd el concilio o no? Y le hablé de la necesidad de crear una comisión para mantener el espíritu del concilio, en los meses que separaban las dos sesiones» (1, 342). El papa hizo caso a Léger. Pero uno se pregunta si la misión de la curia romana es hacer sufrir de esa manera a excelenles personas que son, además, cardenales de la sanla madre Iglesia.
3. En mi opinión, el problema no es que el papa deba ser hombre de todos, sino que sólo se acuerda de eso para conlcolar a los «lefebvres», mienuas que cuando se trata de los «romeros», ya no parece ser de lodos… Es el problema de las enonnes dobles medidas de Roma. Digitalizado por Biblioteca «P. Florentino Idoate, S.J.» Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
En noviembre de 1963, en plena sesión conciliar, murió la madre de Congar. Es un acomecimiento repetido millones de veces, pero que no pierde novedad, en ¡as reacciones que provoca. A pesar de que el aulor ha procurado que «el diario sea s610 un testimonio, y no mezclar la expresión de mis sentimientos más íntimos», esla vez, cuando le dicen por teléfono que «eUa eslá ya con Dios», nuestro aulor no puede menos de anolar: «Si hubiera que escribir la historia mislica del concilio, mi madre ocuparia en eUa un lugar imponanle. A lo largo de años de sufrimienlo no ha dejado de rezar por el concilio, por mi propio trabajo. Este concilio ha sido Uevado por muchas plegarias y sufrimientos ofrecidos. Pero, ¿quién las conoce y quién podría escribir esla hisloria?» (1, 573).
l. 6. Opinión sobre algunos personajes
Terminaré esla presenlación espigando algunos comentarios del aulor sobre diversos personajes del momenlo conciliar.
Juan XXlll. El 30 de mayo de 1963, en una recepción a los obispos franceses Juan XIII les dijo ql1e eran un episcopado que trabaja muy bien y añadió: «lambién sus leólogos, sobre lodo el P. Congar» (1, 383). De gran valor me parece también el comentario hecho por esle papa al cardenal Léger: «en el discurso de inauguración del concilio (11 de oClubre) indiqué que no había que repetir a Trento y al Vaticano l. Yeso es lo que eUos quieren hacer» (1, 276).
Y tras su muelle:
La Iglesia y el mundo han hecho aquí una experiencia exlraordinaria. De repenle se ha manifestado el enorme eco de esle hombre humilde y bueno. Se pone de relieve que ha cambiado profundamente el mapa religioso. Y lo ha hecho simplemente siendo lo que era. No mediante grandes exposiciones de ideas, sino por geslos y un estilo suyo personal. No ha hablado en nombre del sistema. de su legitimidad, de su autoridad, sino simplemente en nombre de las intuiciones y del movimiento de un corazón que, por una parte, obede-cía a Dios y por otra amaba a los hombres… Todo el mundo liene el senti-mienlo de haber perdido a un padre, a un amigo personal, a alguien que pensaba en él y le quería» (1, 384).
y prosigue tras el entierro:
iQué contradicción entre este fasto cortesano y el hombre sencillo cuyos funerales se celebraban! Los obreros lo han seguido como algo de su familia, la agonía y muerte de un padre. «Para una vez que teníamos algo bueno…». Se ha creado una curiosa unanimidad extraordinaria (ibíd.).
Este elogio emocionante cobra más valor porque no había sido ésa la primera impresión de Congar sobre Juan XXIU. Al comienzo del diario había escrito: «he sufrido rápidas y repetidas decepciones; pues si Juan XXIII tiene palabras y gestos sumamente simpáticos. sus decisiones y su gobierno desmienten, por otro lado, toda la esperanza que había despertado. Su estilo humano era simpático y cristiano: todo lo que afectaba directamente a su persona nos sacaba del espanloso satrapismo de Pío XII. Pero, por otro lado, ha mantenido casi todo el antiguo personal de su predecesor….. (1, 6). Es la ventaja de la curia sobre los papas: que éstos siempre son novicios y recién llegados, mientras la curia permanece…
Pío XII. Por los momentos históricos que vivimos, puede ser útil reproducir este juicio sobre la actuación de Pío XII:
El P. Gagnebet me cuenta cosas de Pío XII, durante la guerra. Después de la ejecución particularmente cruel de 300 italianos en las Fosas Ardeatinas, Pío XII se interrogó con angustia. Hubiera debido hacer un discurso público de protesta vehemente. Pero todas los conventos, todas las casas religiosas de Roma estaban llenas de refugiados: comunistas, judíos, demócratas y antifascistas, antiguos generales, etc. Pío XII había suprimido la clausura. Si hubiese protestado pública y solemnemente, hubiera desencadenado una investigación en todas esas casas yeso hubiese sido catastrófico. Se contentó, pues, con una protesta por vía diplomática. Pero Pío XII creía demasiado en la diplomacia. Con Pío Xl habría sido de otra manera.
Hitler había dado orden de arrestar a Pío XII. Keserling [mariscal alemán] se había negado a ejecutar esa orden y quizá alertó al papa sobre lo que se tramaba. El hecho es que Pío XII estaba advertido. Hizo comunicar al cardenal Lavitrano, arzobispo de Palerrno (ocupada por los aliados), que, si dejaba el Vaticano, sería por la fuerza, que entonces ya no sería papa y que el arzobispo de Palerrno recibía sus poderes. ¿Se trataba de una designación de sucesor? La historia ha conocido hechos así. Pío XII había convocado al embajador de Alemania y le había dicho: se podrán llevar a Mons. Pacelli, pero no al papa. Parece que estas cosas, que Gagnebet conoció en su momento mismo, son hoy del dominio público (1, 419).
Ottaviani. «El cardenal Bea ha contado a Mons. Elchinger que el papa Pablo VI había dicho a Ottaviani que no podía seguir de aquella manera: ‘si sigue así, se hace daño a Vd. mismo, al Santo Oficio y a la Iglesia’. Pero Ottaviani ¿PUE DE cambiar?» (11, 77; en mayo de 1964). Y como respuesta a ese consejo del papa, nuestro autor anota el día de la inauguración de la tercera sesión conciliar: «la víspera, el papa había recibido una carta firmada por varios cardenales (Ouaviani, Ruffini, etc.), que le decían: ‘¡atención! Estás llevando la iglesia a la ruina’. Por eso el papa no había dormido aquel día y tenía la cabeza enormemente cansada» (11,194-195).
Pablo VI. Tras una entrevista personal con él (31 de julio de 1964), en que el papa le dio ánimos, le manifestó temores por las prisas en los Países Bajos y le dijo que las cosas cambiarlan poco a poco. Congar comenta:
he sacado la impresión de que el Santo Padre es un hombre tenso, enormemente atento, que sabe afirmar aquello que ha visto que debe soslener. Me parece que, en eclesiología, no tiene la visión teológica que pedirla su apertura. Esta demasiado ligado a un modo de ver romano (l/, 118).
Y hacia fines del concilio, cuando se preparaba la Gaudium el Spes:
Haubtmann ha tenido una audiencia con el papa y le ha preguntado si había que decir que la Iglesia ha sido a veces demasiado amiga de los ricos (pues muchos, entre ellos el cardenal Cento, se muestran reticentes). El papa ha respondido: «es delicado de decir pero es necesario decirlo» (I1, 332).
Esta anécdota refleja, a la vez, la innegable honradez de Pablo VI y los límites del gran Congar. Prácticamente, es la única vez que el tema, tan absolutamente central, de los pobres aparece en este diario. Suum cuique…
y a propósito de su discurso en Naciones Unidas, en 1965 escribe: «texto admirable de un lenguaje a lo Kennedy, muy puro, muy vigoroso, sorprendentemente humano. ¿Será que la Iglesia ha encontrado ya el lenguaje con que hablar al mundo?» (11, 422).
Sobre K. Wojlila. Comentando una reunión del 2 de febrero de 1965 sobre los signos de los tiempos, escribe: «Wojtila produce una gran impresión. Su personalidad se impone. Irradia un fluido, un atraclivo y una cierta fuerza profética muy calmada, pero irrecusable» (11, 312). Y al día siguiente: «Wojtila que obtuvo su pasaporte in eXlremis, considera que la Providencia ha permitido (o mejor: querido) que él pudiera venir para hacemos pensar en todo eso y dar por fin su oportunidad al punto de vista polaco» (313).
Hay otros juicios rápidos, a veces bastante incisivos, por ejemplo, «Danielou, rápido y superficial» (Il, 312), «me ataca los nervios» (11, 441). Esto en contraste con la enorme sintonía y simpatía con De Lubac, y sin perjuicio de que, en otro momento, deba escribir (a propósito de las preparativos de Gaudium el Spes): «el texto de Danielou y el mio han sido estimados como demasiado abstractos y demasiado escolares. Hace falta, según Philips, partir de la actualidad» (11, 332).
También sobre un teólogo español (cuyo nombre prefiero no mencionar): «es un escolástico puro; podría distinguir y contradistinguir, refutar y demostrar durante treinta días y noches seguidos. Es una especie de deporte como la semana ciclista o las 24 horas de Le Mans» (1, 496). ¿Quién de los que eSludiaron teología en España y en mis años, ¿no conoció bastantes personajes idénticos?
y aún más duro, a propósilo de un cardenal de la curia, cuyo nombre tampoco quiero mencionar: «¿en nombre de quién profiere amenazas ese imbécil a quien lodos tienen por tal?» (1, 51, el mismo calificativo le vuelve a dedicar en n,243). A modo de pos/dora. En n, 54, Congar escribe indignado que en el n. 7 del lexto definitivo de la Dei Verbum, alguien había cambiado el plural lalino communicantes por communicans, y comenta «así se cambia el sentido, pues el verbo comunicar se aplicaría entonces a Crislo (por eslar en singular) y no a los apóstoles como quiso la comisión…». De este modo, se falsificaba el senlido de la tradición, «que quería expresar que ya en los apósloles hay una verdadera lradición real, y no sólo cognoscitiva». Y Congar comenla: «el sentido del texto ha sido profundamente lraicionado, en un punto esencial. Beni, que sospecha que el autor de la modificación es el P. Tromp, ha ido a proteslar de ello ante Ottaviani».
Cito este párrafo porque en la segunda edición caslellana del concilio (de la BAC, 1966), el lexlo lalino sigue la versión de la comisión redactora (comuni· cantes: referido a los apóstoles y no a Cristo), mientras que la traducción castellana sigue la versión falsificada por Tromp («comunicándoles», que ahora ha de referirse a Cristo y no a los apóstoles). Ignoro si esto ha sido corregido en ulleriores ediciones, pero no deja de llamar la atención esta sospechosa coincidencia.
2. La mejor eclesiología del S. XX: El diario personal (1946-1956).
Curiosamente, la mejor eclesiología del siglo XX no es un tratado sobre la Iglesia, sino el diarío de un teólogo. De un hombre bueno, penetrante, vulnerable y limitado como todos, martirizado por la curia romana, y de quien Juan Pablo n afirmó que «había sido un regalo de Dios a su Iglesia». Este diario comprende de 1946 a 1956, años de redacción de lanlos libros suyos, que luego fueron famosos (El misterio del templo, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. lalones para una teología del [ajeado. La eclesiología desde san Agustín a nuestros días…), de los que desconocíamos las enormes dificultades, prohibiciones y retrasos que supuso su publicación. Años también de la crisis del leologado dominico de Le Saulchoir, con la expulsión de Chénu y la inclusión en el Indice de su obra sobre la nueva escuela de teología. Años de la crisis de los sacerdotes obreros. algunos de los cuales eran dominicos; años de tres destierros del aulor (en Jerusalén primero, en la misma Roma después y, finalmente, en Oxford). La profunda eclesiología latente en el libro brota del contraste entre la crueldad antievangélica de la curia romana (convencida de que es necesario lraicionar a Jesús para defender la revelación de Dios en El), y la fidelidad doliente de este crucificado que, a ratos. clama «pase de mí este cáliz» o «¿por qué me has abandonado?», pero que aguanta y llora y permanece en pie… hasta tropezarse un día con que ha sido nombrado perito del Vaticano 11. y encontrar. a partir de ahí, el camino de su rehabilitación.
Antes de presentar la obra (que se reducirá a una breve antología de textos) conviene recordar que. durante el Vaticano 11, y en una sesión memorable, el Santo Oficio fue objeto de durísimas críticas, por parte de los cardenales Frings. Alfrink (y creo que algún francés también). de las que OUaviani no supo defenderse, y que abocaron a una promesa de reforma que, según vemos hoy, quedó reducida a un cambio de nombre, sin cambio alguno de estructuras, de mentalidades. ni de conductas. Cangar, que al comienzo de este diario acababa de . volver del frente de la segunda guerra mundial, se referirá siempre en su diario al Santo Oficio como «Ia Gestapo». escribiendo un día que tiene que estar contra todas las gestapos, dondequiera que se hallen.
La selección de citas que quisiera presentar puede caber en tres capítulos: la mentalidad romana, el santo oficio y el drama personal del autor.
2. 1. La mentalidad romana
«Estos días percibo con pena y angustia el abismo que existe entre el pueblo cristiano y las instancias jerárquicas, sobre todo romanas. No es sólo una distancia casi infinita en el modo de ver las cosas. Es una diferencia de planos. una heterogeneidad de niveles de existencia espiritual. Roma es ajena a esas percepciones evangélicas profundas, que son la gran preocupación de nuestros fieles y de donde brotan sus protestas» (p. 251). Parece escrito en el 2001. pero es de 1953. «En algunos textos piadosos y meapilas (pisso/ants) de Ottaviani… no se percibe la preocupación dominaRle de la palabra de Dios, sino la autojuslificación de ‘la Iglesia’ (quieren decir: la jerarquía) rodeada de jugos píos, que rezuman ‘buen espíritu'» (ibfd.).
«Roma vive en un mundo para ella. un mundo donde todo se reduce a la obediencia. sazonada de piedad hiperrnariaJ. El mundo y la verdad de sus preguntas. no existen para ella» (p. 293). Habla mucho del pecado original. pero sólo cree en el pecado original «de los otros» (p. 292). «Una Iglesia entregada y consagrada a la preocupación de su propia perduración, que se piensa sólo a partir de ella misma, en ella misma y para ella misma como aparato; no se piensa a panir de los hombres y para los hombres. Tiene misioneros y hasta una congregación que se ocupa de ellos. Pero ella misma no es misionera» (p. 288). «Me impresiona la falta de realismo de un sistema que tiene sus tesis y sus ritos y sus servidores, y que canta su canción sin mirar las cosas y los problemac; tal y como son» (p. 295).
«Roma no está verdaderamente preocupada más que de su propia existencia y de su propia autoridad. Persuadida. sin duda. de que así sirve a Dios. Pero ¡qué poco habla eUa de Dios’ Y ¡qué poco habla a los hombres de creyente a creyente y de servidor de Jesucristo a servidor de Jesucristo!» (334). Se me ha vuelto evidente que Roma no ha buscado y no busca más que una cosa: la afinnaci6n de su autoridad. El resto no le interesa, sino como campo de ejercicio de esa autoridad. Salvo algunos casos. ligados a hombres con santidad e iniciativa. toda la historia de Roma es reivindicación pétrea de su autoridad y destrucci6n de todo lo que no se reduzca a ser más que sumisi6n» (p. 426. N.B. lodas las palabras en cursiva que aparezcan en mis citas están así en el original)’.
«Todo esto deriva. en primer lugar, de la eclesiología de la curia. dominada por el carácter sagrado de la persona del papa. hasta no consistir más que en esto. Deriva también (y mucho) de la antropología práctica que se vive aquí. donde no hay confianza alguna. ni simpatía por el esfuerzo de los hombres. Y todo esto va ligado al tipo de hombres que ocupa sus puestos. y en los que los valores de carácter son tenidos bajo sospecha Y. prácticamente, eliminados. Lo que lieneo son niños crecidos. en talla y en ciencia. pero no verdaderos hombres… La exaltaci6n de Maria. reina del mundo, ¿no es en el fondo una exaltación de Roma reina del mundo?» (pp. 295-296).
Su eclesiología es «absolutización. glorificaci6n, justificaci6n del aparato, y reducci6n práctica (yen lo sucesivo también te6rica) de este aparato a la curia romana. Ni siquiera a la funci6n apost6lica de la sede de Pedro, la cual implicaría a la Iglesia. sino al sistema romano, cuyo instrumento es la curia y cuyo cenlro supremo es el Santo Oficio. Roma ha eliminado, prácticamente, la realidad propia de la ecclesia para reducirla a una masa dependiente de ella. Curia romana en todo…» (p. 303).
Añadamos como corolario que, si un sistema así tiene totalmente en sus manos la designación de los obispos de toda la Iglesia. pueden esperarse juicios como los que siguen sobre la jerarquía: «He visto una vez más que gran parte de los miembros de la jerarquía carece totalmente de realismo, en su visión de las cosas. Se contentan con celebrar los ritos externos del catolicismo, en cuanto marco y fachada sociológica. Los verdaderos problemas no existen. El que hable de eUos pasará por peligroso y se convenirá en sospechoso» (p. 219).
4. Naluralmenle, el presentador debe reproducir de fonna literal las citas sin querer matizarlas o dulcificarlas. Pero cuesta poco percibir que esla afinnaci6n requeriría una dislinción enlre el primer milenio y la Roma posterior a Carlomagno. que el mismo Cangar puso de relieve en algunos de sus escrilos históricos.
2. 2. El Sanlo Oficio
El 13 de marzo de 1947, tras una conversación con el general de su orden, al que el Santo Oficio quiere convertir en verdugo de sus decisiones, lavándose las manos y atándole ante sus súbditos con el famoso mandato de «secreto del Santo Oficio», Cangar escribía: «Me doy cuenta de todo lo que representa el Santo Oficio en éste y otros temas que saldrán en la conversación. Desde el momento en que algo ha llegado hasta él, ya nadie puede nada. El Santo Oficio tiene la llave de todo, incluida la Secretaría de Estado y el mismo papa. Por eso, desde el momento en que el Santo Oficio ha intervenido en algo, todo el mundo en Roma tiene miedo, tanto si se trata del cardenal Tisserant como de Mons. Montini. Poco importa» (p. 137). En esa dinámica de la curia, «todos los obispos e incluso los cardenales, son tratados como si no fueran nada» (p. 201).
«El P. General hace con nosotros todo lo que quiere. Es nuestro único lazo de unión con la corte romana y con el Santo Oficio. Llega siempre anunciando que estamos en peligro de muerte y que la amputación benigna que sugiere o exige evitará la muerte… Y como invoca el secreto de la operación del Santo Oficio y de la corte romana, nunca se sabe en qué es objetivo, ni qué es lo que viene de él o de más arriba. Se parece a Pétain, que presentaba el sacrificio de su persona para pedir una confianza total y, en definitiva, colaboradora de un régimen abominable» (p. 270).
Estas críticas se ven, además, avaladas por las voces de otros, incluso de miembros de la curia romana. Ya en 1946, anota en su diario estas palabras de Mons. Arata: «Ha hecho espontáneamente una crítica muy viva del Santo Oficio, de su estrechez, de su severidad. Nos dice que el Santo O,ficio (del que añade que todos [los dominicos] somos un poco responsables con la inquisición y san Pío V), no ha cambiado sus métodos, ni sus puntos de visla desde Pío V. Se cree con la misión de juzgarlo todo, desde el punto de vista más severo y más estrecho» (p. 79).
Pero no creo que valga la pena seguir con esta letanía dolorosa. Será mejor pasar ya al último de los puntos anunciados, que es más triste, pero al menos más humano.
2. J. El drama personal
En los comienzos de la persecución, Cangar piensa COD serenidad en «trabajar sin producir nada. Redactar para tiempos mejores y para luego de mi muerte» (p. 183). No debe ser una decisión fácil, pero un hombre aún entero se siente con fuerzas para ella. Lo que duele en el libro es percibir cómo esas fuerzas irán siendo. poco a poco, desgastadas. Dos años después escribe: «han roto algo en mí y, en adelante, ya nunca seré el mismo» (p. 289).
Un año más tarde: «me han reducido casi a cero: a una impotencia total. Me enfrento a un sistema sin piedad. que no puede ni corregir, ni siquiera reconocer sus injusticias, y que está servido por hombres que desarman por su bondad y su piedad. Pero lo que necesito yo no es bondad sino justicia» (p. 349).
Meses después: «el sábado por la tarde una gran crecida de desánimo, de disgusto, de lasitud sin fondo. Veo que no habrá nada que hacer hasta mi muerte (o mi liberación: porque, en seguida que respire, me volverán a pisotear), hasta que no quede en mí ni un soplo mío. Repaso todo lo que me han ido cerrando. Me niegan el acceso al ‘grado’ [de maestro en teología]; impiden la reedición de mis libros, he tenido que renunciar prácticamente a toda actividad ecuménica y no puedo ya servir al ecumenismo más que no haciendo nada por él; he sido expulsado de la enseñanza, de todas mis actividades de conferencias, cursos, etc, de las jornadas sacerdotales; he debido renunciar al Temoignage chréliell…; he debido renunciar, en el momento mismo de comenzarlas, a las prédicas en Saint Séverin y al curso en los ‘Autes Études’…; se rechaza el nihil obslal a tres volúmenes que son mi trabajo de cuatro o cinco años, y todo por motivaciones miserables, de modo que, prácticamente, se me impide publicar nada. He sido reducido a ‘un caso'» (pp. 364-365).
Como todo dolor agudo, tendrá, el que ahí se expresa, sus dosis de exageración o de pesimismo excesivo. viendo el giro posterior de los acontecimientos. Pero lo valioso no es eso, sino la fonna cómo concluye esta reflexión: «Me pongo ante Cristo en la agonla, sobre la cruz: El, el puro y el santo, ha sufrido el asalto del desánimo y ha aceptado pasar por un blasfemo justamente castigado y condenado. Me agarro a esta contemplación de Cristo, que supera su desgana por un Amén de voluntad. Me uno a El, aunque mal. Pero una vez más, he pasado horas extremadamente duras» (p. 365).
Es inevitable pensar en las palabras que escribirá Leonardo Boff, casi cuarenta años después, en su carta de «despedida»: «la experiencia subjetiva del poder doctrinal que yo he vivido durante veinte años, puedo resumirla en estas palabras: es cruel y carece de piedad. No olvida nada. No perdona nada». Pero sigamos con Congar:
La obediencia se encuentra con la pobreza y la hace poner en juego de manera absoluta. Me han reducido a nada. No tengo nada más que mi alma. y siento muy fuerte la dureza de este despojo por reducción a la nada. Me lo han prohibido o retirado todo (p. 401).
Todo con la siguiente duda, por el otro lado, que unas veces podrá ser tentación, pero otras puede ser verdad: «obedecer es fácil… Pero ¿tengo yo derecho a dejarlo caer todo? ¿No tengo ante los hombres un deber de palabra y de compromiso? ¿Tengo derecho a desocuparme de él por una obediencia pura y simple? No estoy seguro (p. 403).
«Sorprendido fuera por la lluvia, y esperando bajo un árbol que aclare algo, me pongo a llorar amargamente. ¿Habré de ser siempre un pobre tipo aislado, que va trasladando maletas sin parar? ¿Seré siempre como un huérfano sin nadie y sin nada? .. Tengo una necesidad ontológica de amar y ser amado» (p. 419).
2. 4. ReOexión final
Congar fue un hombre moderado. Los libros. que tanta pe»,ecución desataron antaño, resultan hoy superados en más de dos punlos, y él mismo se define una vez, en el diario, como conservador. Lo que sí fue es un hombre intelectualmente honesto. y con antenas para el mundo en que vivía. Cuando la crisis de los curas obreros, acuñó aquella frase tantas veces repetida, que tantísimo molestaba en Roma, y que es un excelente símbolo de todo esle confliclo: «se puede condenar una solución si es equivocada; pero no se puede condenar un problema». El magisterio ordinario de Roma se está caracterizando por condenar problemas.
Es por ello incomprensible que un hombre así encontrara los malos tratos que este libro refleja y que él supo callar, hasta que, varios años después de su muene, alguien da con ellos y ios saca a la luz. Si como dijo el papa fue un regalo de Dios a su Iglesia, es inevitable la pregunta: ¿qué pasa en esta Iglesia que maltrata así los regalos que Dios le hace? ¿Qué pasa en una institución que tiene tan poca sensibilidad de conciencia para lo inmoral de sus procedimientos. mientras pretende dictar normas de moral a la conciencia del género humano? ¿Qué pasa en Roma para que, después de la clamorosa protesta que hubo en el Vaticano n, las cosas hayan vuelto a empeorar? En el caso de Congar, resulta hoy claro que él tenfa razón, en todas las posturas por las que el Santo Oficio lo pe»,iguió; pero aunque hubiese estado equivocado, ¿es posible defender ninguna verdad, y menos la verdad de Dios, con procedimientos que menoscaban la dignidad y el respeto debido al ser humano? ¿Tiene sentido andar pidiendo perdón por pecados de hace cuatro siglos, mientras cerrarnos los ojos a nuestros pecados actuales?
Este es el primer punto para una reflexión eclesiológica’. Y C. Duquoc acaba de formularlo con claridad en un obra reciente, que también recensionamos aquí: «lodo funciona como si el poder doctrinal y disciplinar brotara en la Iglesia de una lógica diferente a la que los cristianos, en su interpretación de la Escritura neoteslamentaria, perciben espontáneamente como evangélica» («Creo en la Iglesia», p. 22, subrayado mío).
5. La Vanguardia del 10 de octubre de 2001 citaba esta frase del deán de un cabildo catedralicio (prefiero no decir el nombre, ni la diócesis), a propósito de no sé qué acusaciones contra el obispo: «aunque un obispo se vaya de putas. sigue siendo infalible, porque su poder es divino». Tanto si la frase proviene del deán como del periodisla. resume bien. con esa lógica imprudente y sincera de algunos hombres del sistema, la eclesiologfa que Cangar quiso combatir y hoy se nos quiere volver a imponer: el uso de Dios y de su promesa a la Iglesia como refuerzo del propio aUloritarismo y del propio afán de poder. Ese ensueño de tener a mano la infalibilidad de Dios, en beneficio propio y de la propia gestión. Ese ensueño que (¡contra todo
El segundo punto viene dado por la fidelidad jesuánica de la víctima. Con la sensación de haber sido injustamente despojado de todo, de sentirse portador de un sambenilo allá donde va, de no lener futuro para sus posibilidades, sintiéndose necesitado de cariño, y tentado hasta de dejar la Iglesia, Cangar aguanta. Como Teilhard de Chardin, como Chénu, como De Lubac… como tantos otros hombres de la primera mitad de esle siglo, que acabaron dando a luz el Vaticano n (hoy otra vez arrumbado) y cuya fidelidad ha sido olvidada por algunos de sus sucesores de la segunda mitad de este siglo. No juzgaremos a quien ha abandonado en medio de la tortura, naturalmente. Pero tampoco vamos a erigirlos en modelos de profetismo. Es bueno que sepamos, que la actitud de seguimiento del crucificado acaba siendo más fecunda y da más fruto que la del grano de trigo que no quiere morir y queda solo, impidiendo así lo que Cangar deseaba como meta de su labor teológica: que ésta fuera «un servicio al pueblo de Dios».
Es a ese pueblo de Dios al que estamos unidos por un compromiso de fidelidad, que sacramentaliza nuestra fidelidad a Dios.
pronóslico y gracias a la minoría derrotada!) la misma definición del Vaticano 1 volvió imposible con sus matices. y hoy algunos quieren reconquistar. manipulando aquella definición.
* Recientemente Edition Du Cerf. París, ha editado dos inéditos del dominico Yves Congar. El primero, tiLulado lournal d’un ‘hl%gien (/946-/956). Édilé el presenté por Étienne Fouilloux, publicado en 2001. El segundo. lilulado Mon joumal du Concile. publicado en dos volúmenes. en 2002. Sobre ambos libros José Ignacio González Faus ha escrito dos largas recensiones para Actualidad Bibliográfica, Barcelona. El au[or las ha reunido ahora en un solo artículo. La primera pane abarca lo que Cangar escribió sobre el Concilio Vaticano 11 y la segunda abarca la época de su persecución por el SanLo Oficio y la crisis de Le Saulchoir.
Digitalizado por Biblioteca «P. Florentino Idoate, S.J.» Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
REVISTA LATINOAMERICANA DE TEOLOGIA
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